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62 AURELIO LAITA enemigo (2S 12, 31) y también por el Soberano (1S 8, 10-18; lR 1, 27; 12, 1-14, etc.). El mismo pueblo de Israel padeció esta explotación en Egipto y en Babilonia. Ahora bien, la deshumanización y la explotación adquieren formas diferentes en las distintas épocas de la historia humana. Conviene des– cubrirlas para no caer en dichos riesgos y luchar a brazo partido contra esas fuerzas antagónicas que se manifiestan en la actividad y el progreso humano, tal como lo recuerda la Gaudium et Spes, n. 37. Esto nos ha de llevar a adoptar una actitud crítica frente a toda acti– vidad o trabajo, que es lo mismo que aceptar sus valores y contrarrestar los riesgos que implica en la sociedad actual. Reinterpretación del trabajo desde la identidad religiosa Antes de hablar de trabajos o actividades en la vida religiosa, es pre– ciso partir del sentido de diaconía que ella tiene en sí misma, ya reco– nocido por la Lumen Gentium, n. 44, dentro de la comunidad humana y eclesial. Así lo explica V. Codina: «Si la vida religiosa tiene algún sentido, éste es el de "diaconía" (que etimológicamente significa "servicio"). Si el celibato por el Reino se justi– fica es para servir a los hombres. La vida religiosa es un servicio a los demás por amor, y precisamente al serlo, glorifica al Señor. Pero cualquier servicio a los demás no es ya vida religiosa, sino aquella diaconía que signifique de modo profético el Reino ... Sólo será religiosa aquella diaconía que sea el fruto de una vida que ha hecho del Reino la referencia funda– mental de su existencia. Y a diferencia de otras formas de testimonio evangélico, la vida religiosa se constituye en signo del Señor no pura– mente por su palabra, ni tampoco por su misión jerárquica recibida, sino por su misma vida. Los servicios concretos (las actividades) no son más que diversos lenguajes para expresar una misma realidad. Lo que los religiosos ofrecen a los hombres de modo vital es su vida trascendida por una experiencia fuerte. Y como esta experiencia es en último término experiencia de caridad evangélica la diaconía debe ser también diaconía de amor universal a los hombres. Por esto mismo una experiencia religiosa que no fuese diaconía, sería sospechosa o simplemente falsa. No es Dios el que necesita de nuestro servicio, sino los hombres. El servicio que Dios postula de nosotros es que sirvamos a los demás. La glorificación del Padre es la vida y la muerte de Jesús por los hombres» 27 • 2 7 CODINA, V., Nueva formulación de la vida religiosa, Bilbao, 1972, p. 135s.

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