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varón perfecto, un hombre de Dios, un Capuchino pobre, y pobrísimo, de un corazón lleno de hurnildad y mansedumbre, y un seguidor de mi Padre San Francisco. Publicaba que era un hombre carnal, que nada entendía de espíritu; pero no era así. Lo oí con admiración hablar de los caminos del espíritu, con el acierto y tino que en todo, produciendo lo mds escogido que traen los Teólogos Místicos. Como era verdaderamente humilde, a pesar del gran caudal de ciencia que había adquirido con su gran talento en todo, y en la oratoria sagrada, era tanta la desconfian– za y miedo que tenía cuando había de predicar que temblaba de pies a cabeza en términos, que sobrecogido de susto salía de sí, aun mds de lo que pudiera sucederle quando predicó el primer sermón... Su constancia y firmeza era admirable, resistiendo con el mayor valor y tesón los cona~os del mundo, y de sus seguidores, hablando y escribiendo con la libertad propia de su ministerio; pero con una moderación, y respeto a quien se debe, igualmente particular... Vivía del todo negado a su voluntad... tuvo muchos y muy profundos conocimientos en la oracion, aunque era menes– ter mucho arte para rastrearlos, por su destreza en callar, y ocul– tarlos hasta de los que le trataban con mds confianza... ". (4) Son muchos los testimonios que nos hablan de algo total y absoluramente extraordinario para su tiempo y casi para toda la España peninsular, desde los cortijos y pueblos peque– ños a la Corte y a las grandes ciudades. En ciencias sagradas y en humanidades. Solamente hay algo en lo que en modo alguno entró el Beato ni tan siquiera contemporizó - como (4) Ibídem 189-190. 5
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