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digno de considerar- que desde un principio nos han presen– tado la santidad del Beato como algo natural y no extraordi– nario. Es decir, su infancia y adolescencia no tuvo prediccio– nes, ni acontecimientos exuaordiarios, ni por parte del intere– sado se realizaron actos significativos que fuesen premonición de algo excepcional, tal como nos tienen acostumbrados otros biógrafos que, para destacar la santidad, nos hacen dudar de la racionalidad y normalidad de los biografiados o de los bió– grafos. Es nota característica de la santidad capuchina de que es fuerte, recia, descamada y nada ñoña, remilgosa y nausea– bunda, lo que, ciertamente, no está en contradicción de que, al mismo tiempo, sea sensible, humana, cercana y tierna. El quería ser "un gran santo" y, como le adelantó el ya bastante citado P. González, ha sido un monstruo que, como un enorme iceberg, se ha conocido abiertamente lo que se ha trasparentado al exterior de modo claro y nítido. En la corres– pondencia con el dicho y admirado P. Francisco Javier González, su director espiritual, con quien congenió tan per– foctamente desde el primer encuentro, está todo ese mundo interior mucho más admirable y llamativo, y, -por supuesto-, mucho más difícil de entender, porque en multitud de oca– siones puede presentarse la tentación de calificar muchas de sus cosas como puerilidades o infantilismo. Los caminos de la santidad deben ser laberintos imrincados del Espíritu, por los que se mueven los que se dejan llevar por el mismo. Cabe ahora la pregunta: ¿qué pasa, pues, con su canoni– zación?. De cosas que, en algún momento, he podido oir y 25

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