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de Dios. San Pablo plantea el equilibrio correcto en este tema, cuando afirma "que la gracia de Dios no ha sido estéril en mí" (lCor 15,10). Es cierto que Dios, en Cristo, por el Espíritu nos lo concede todo, ¡aún el mismo querer!, pero por parte de la persona es absolutamente imprescindible su res– puesta, su parte. Esta respuesta es la que, desde la infancia, comienza a dar Fray Diego que no solamente sintió encenderse "en mi cora– zón un amor tan extremado, y vehemente a la Religión, que me traía faera de mí, lleno de una indecible suavidad de espíritu, que hacía ansiar por vivir en ella para observar sus leyes, y ser un Santo muy grande... encendióse con esto -la lectura de la vida de Fray José de Carabantes- un faego en mi corazón, que aun no teniendo yo más de trece años, me desacía por el retiro, el trato con Dios, la mortificación... ; llevado de estos deseos, sin consultarlo con otro, me até algo faerte unos cordeles a la cintu– ra, y muslos, que impidiéndome el andar, respirar... hube de qui– tar uno, y aflojar algo los otros; mas no tanto, que no me hicie– sen algunos cardenales, porque de noche y de día tuve mucho; el de la cintura hasta que el ganado que crió, me obligó a dejarlo, y el del muslo hasta poco antes de tomar el hábito" ( 17). Sus penitencias corporales, ayunos, abstinencias, etc, no menguaron ni con la edad, ni con el trabajo, ni con el cono– cimiento, ni con la enfermedad; más bien crecieron hasta gra– dos insospechados, de modo que su director espiritual de vez (17) P. Fr. Serafín de Ardales, oc, 4-5. P. Ambrosio de Valencina, oc, 250 23
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