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desde entonces mí conducta en el gobierno de su persona y minis- . " (1 ~) terio... ) . Es el P. González el que le hace ver que su ministerio es la predicación, pero no de novenas y otras actividades por el estilo, sino de las "misiones al pueblo•: de la gran misión para roda España y la Corte, la gran tarea de reformar la sociedad en su fe y en sus costumbres. Le insiste en que se olvide y deshaga de distracciones en la dirección espiritual de almas, de escritos y trabajos que le aparten de este fin del ser misio– nero. Lo considera preparado, &eme al miedo del Beato a su falta de conocimientos y de ciencia; lo anima a no tener miedo, cuando siente eso tan capuchino de no saber de qué va a predicar cuando va camino del púlpito. Le insiste una y otra vez a que hable de Dios y se deje guiar por El en la pre– dicación. Muchas son las cartas en la que le recuerda que su vocación es para ser capuchino, misionero y santo. El P. González ha comprendido que Fray Diego es la "boca de Dios" y por eso le insta a que hable, está plenamente conven– cido que tiene que dejar que sea Dios el que hable por él. Y eso es lo que aterra al Beato: es consciente de ser un instrumento superior a su capacidad , y lo mismo teme no corresponder a la gracia de Dios que no ser lo que a él le gustaría ser para mejor desempeñar su papel. De ahí su empeño en estudiar, en preparar concienzudamente las pre– dicaciones porque la obra de Dios en parte, como mstru- (15) P. Ambrosio de Valencina, oc, 44-57. 19
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