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car, en Sevilla, al Beato Diego: "Principió la misión (dice así) la tarde del martes de la primera semana de Mayo en el Templo y Sagrario de la santa Iglesia Catedral. ... foí a oirle, prevenido del juicio que de él había formado, y ya por lo que me había informado su director, y dirigido mío el R Fernández, ya por lo que yo había colegido de su trato y conversación, ya por la consi– deración de su edad, y poca práctica en su ministerio, esperaba oír a un Orador zeloso, e_ficaz, prevenido de buenas especies, y sentimientos de Dios, y por la gravedad y novedad del Teatro sobecogido algo, y menos desembarazado a lo menos aquella tarde primera. ¡Más, que oí!, mejor que diré: que ví! ¡Santo Dios! Oí, ví en nuestro Misionero... oí, oí en sus palabras... Oí, sentí en sus expresiones de fuego irresistible... Oí, gusté en sus dulces palabras... advertí en la exactísima puntualidad que observaba las reglas, y primores de la sagrada oratoria; en la expresión enérgica de la dicción, en el uso oportunísimo de las Sagradas Escrituras, en el espíritu con que hacía insinuarse en el corazón su verdad, en la eficaz persuación de fas máximas del Cristianismo, y aun hasta en los movimientos suyos naturales, elocuentes por si mismos, de rostro, de cuerpo, y manos... advertí, digo, un Vttrón perfectamente Apostólico, ilustrado sobrenatural– mente y preparado del Espíritu-Santo en todas las gracias con– gruas para batir poderosamente en brecha, y confimdir el orgu– llo, y pretendida superioridad del siglo ilustrado. En compendio, tal vez para que yo inspirase aliento al humilde y desconfiado de sí Misionero, quiso el Señor que conociese desde la primera vez que le oí que en el púlpito era solo clarín del que Dios se servía y alumbraba el Espíritu Santo para dar cumplimiento a los designios de su providencia; y este conocimiento ha arreglado 18

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