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de sacerdote joven en Ubrique, pidió y realizó servicios a la fraternidad como un hermano más. Tampoco se comprende mucho su renuncia a la maestría y cátedra, cuando fue destinado con los teólogos a Cádiz y a la elección de maestro de novicios, alegando siempre su voca– ción al ministerio de la predicación. En la primera renuncia conocemos la aceptación de los superiores, influenciados, sin duda, por las razones que su paisano, quien bien lo conocía, el P. Fr. Francisco José de Cádiz, alegara, corno también por sus fuertes inclinaciones misioneras. Respecto a la segunda renuncia a ser maestro de novicios, ya se encargó su director espiritual el P. González de poner la cosas en su sitio. ¡Y de qué modo! (14). Fue toda una magnífica lección de vida reli– giosa que creo nunca más olvidó el Beato. MISIONERO "Apóstol de Andalucía", "nuevo apóstol Santiago", y otros muchos títulos por el estilo, que aparecen dispersos por todas partes, subrayan lo que más impresionó a toda la sociedad de su tiempo sin distinción. Era realmente su vocación, o, como diríamos nosotros hoy, su carisma. El ser capuchino era algo necesario, pero un poco trampolín o gran cimiento sobre el que se estableció este otro aspecto de su vida. Ser capuchino (14) P. Fr. Serafín de Ardales, oc, 22-23. P. Ambrosio de Valcncina, oc, 29. 15

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