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indica que no podemos olvidar nuestra historia, del mismo modo que no se puede sobrevivir sin memoria: para que el grupo mantenga su verdadera identidad, es necesario conser– var su memoria (6). Es cierto que, por múltiples rezones y avatares de la historia, que somos nosotros mismos, hemos desembocado en una situación de desorientación, que no es propia ni exclusivamente nuestra, pero que tampoco puede ser excusa para volver fácilmente al recurso de "mal de muchos, consuelo de tontos". La Vida Religiosa, como tal, dentro de la Iglesia, busca desesperadamente su sitio y las expresiones que le devuelvan el valor y la necesidad de su razón de ser. Necesita urgente– mente autoconvencimiento para demostrar sus derechos, no a un puesto de privilegio o a un trato de favor, sino a su misma supervivencia en la sociedad y en la misma Iglesia. Nosotros que, como capuchinos, representamos el radicalismo del radi– calismo franciscano debemos darnos cuenta de por dónde andamos... Es oportuno, y gracia, poder volver a mirar y reconsiderar -en la celebración de este II Centenario de la muerte del Beato Diego- su motivo vocacional y el móvil de toda su acti– vidad personal y ministerial: ser capuchino, misionero y santo. (6) John Corriveau, Carta al Hno Francisco Luzón Garrido, Ministro Provincial y a los HH de la Provincia de Andalucía con motivo del 11 Centenario de la muerte del Beato Diego José de Cádiz, en lnfonne Duodécimo ,1 la Provincia - Trienio 1999-2001, 87. 9

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