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f'R(JTfSfANTIS.\\O 95 muchas ciudades tan divididas como esta! ¿qué tiene de extrafio si ellos, los chinos, nos dicen: comenzad por entenderos y os escucharemos en– seguida? Y el Rvdo. Villiamson repetía: <¡qué despilfarro de fuerzas! ¡cuanto más se nos conoce menos se nos quiere!, (1). La unidad fué la pesadilla y la razón de ser de la última conferencia de esta asamblea. Todos la deseaban, y el comité organizador la había puesto en su pro– grama. Los presbiterianos habían declarado: No se trata de exaltar una denominación con perjuicio de la~ otras, ni de perpetuar aquí las divi– siones que entre nosotros existen en Occidente. Unum in Christo, era la divisa que se leía sobre la silla presidencial del congreso. Y refiriéndose sin duda, a esa divisa, el Rvdo. Arturo Smitt decía en la sesión de aper– tura: Pluguiese a Dios que en 1907 podamos realizar la unidad que rei– naba en 1807. Y era que en 1807 la unidad se hacía fácil puesto que la iglesia protestante en China se reducía sólo al Dr. Morrison; lo difícil, lo impracticable entre los protestantes, es lo otro: la unidad tal y como existe entre los misioneros católicos (2). Otra de las causas importantes, que no puedo menos de citar, y que contribuye grandemente al poco resultado de la acción protestante en China, es la falta de celibato en los ministros. Los paganos chinos, tal vez porque como paganos son ellos inmorales, han tenido siempre en grande honor la virginidad, y no conciben que personas ligadas con los lazos del matrimonio, puedan ser ministros de una religión. El celibato es para los orientales el carácter esencial de los ministros de un culto religioso, y el título más apto para ganarse consideraciones y respeto. Véase por qué el celibato de los misioneros católicos es la mejor reco– mendación del catolicismo en el Oriente. Y como los pastores protes– tantes, además de su indispensable Biblia, van siempre acompañados de esa otra biblia de carne y hueso, más indispensable todavía para ellos, la mujer y los hijos, la vida de familia les aisla, les divide, les de– bilita, les absorve, y sobre todo, les arrastra a querer vivir con las como– didades que tendrían en su propia patria. Les es indispensable el confort, que no pueden hallar en los lugares pequeños; de ahí que busquen siempre las ciudades más importantes, residencias cómodas, ordinaria– mente mejor amuebladas que sus templos, lo cual no deja de causar ad– miración en los chinos. Quieren casas de campo para el verano, lo que trae consigo la interrupción en los oficios divinos, las vacaciones reli– giosas con el cierre de los templos, de tal época a tal otra, con muy po– ca edificación de sus fieles. Deben tener sus paseos de familia en barca, (1) Rvdo. Villiamson. The chinese Times. Tien-tsin, 2Y de Septiembre de 1888. (2) Etudes. 'í Enero de 1909. Bullettirz des Missiorzs, págs.135-136 y siguientes.

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