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94 RELIGIONES DOMINANTES EN Cri!N:\ bres que emplean, el dinero que gastan y los esfuerzos personales cte los misioneros protestantes, cabe afirmar que no consiguen despertar a las masas y hacer prosélitos convencidos. Si se desfalcan de entre el número de sus adeptos los que viven del salario, los buhoneros de li– bros, los maestros de escuela, los predicadores laicos, los domésticos y otros empleados; si además se borran del número de los neófitos aque– llos cuya fe es alimentada por socorros de vida y que hallan interés en practicar esa religión; si se arrojan a la calle los que sirven a los seño– res, el uno el templo, al que se llegan los domingos para no perder la ración diaria de arroz o de mijo; el otro su familia, en cuyo seno se per– miten toda suerte de prácticas supersticiosas, ¡qué vacío se haría alre– ·dedor de los ministros! ¡qué reducido y mermado quedaría el número 1 así y todo bien escaso, de los fieles sinceros y convencidos! V es que los chinos son demasiado positivistas y tienen el sentido co– mún suficientemente desarrollado para abrazar a la ligera un dogma tan vago y fluctuante, que se dirige, al parecer, a calentar el corazón, pero sin esclarecer la inteligencia, y cuyos límites doctrinales son arbitrarios e indeterminados. Perspicaz hasta la sutileza, aunque otra cosa se crea en E,uropa, el chino distingue, al primer golpe de vista sobre un indi– viduo, ciertas irregularidades que a nosotros se nos escaparían por lar– go tiempo. Ahora bien; la incoherencia de la doctrina protestante y las contradicciones de las enseñanzas de sus maestros, no tienen necesidad de una tal fuerza de observación para atraerse las miradas. Por lo de– más, todo en ellos es de naturaleza a causar extrañeza en los chinos: la vaguedad de la doctrina, la falta de ritos exteriores y de plegarias, la tolerancia para prácticas que los mismos chinos sensatos y decentes tie– nen por inmorales, tales como la poligamia, el uso del opio, y, sobre todo, la falta de unidad y de armonía entre las diversas sectas que pulu– lan por el país. V no lo digo yo, que los mismos pastores se quejan de esto. Por el mes de Mayo de 1907, las sociedades protestantes de China tuvieron un congreso en Shanghai para conmemorar el centenario de sus misio– nes en el país. En dicho congreso se querían celebrar los progresos de un siglo y habían de señalarse los medios a emplear para ulteriores con– quistas y triunfos. Dijéronse buenas cosas, y haciéndoles justicia, hemos de decir que tuvieron acres recriminaciones contra los misioneros cató– licos. Se deseaba imprimir un poco de uniformidad en la acción de las diversas confesiones sectarias, disminuir el escándalo de las divisiones, que a un veterano de las misiones protestantes, después de haber enu– merado las sectas que se codeaban en una sola ciudad china, arrancaba estas dolorosas frases: ¡qué escándalo para un chino reflexivo! ¡y hay

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