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92 RELIGIONES DOMINANTES EN CHJNA idioma sagrado que la había transmitido en toda su integridad desde Moisés a Eleazar. Pero el Cristianismo avanzó mucho más, y los traductores de la Bi– blia trabajaban para propagar las Santas Escrituras en el idioma univer– sal, de modo que los Apóstoles y sus inmediatos sucesores encontraron ya este trabajo hecho. La versión de los Setenta se dejó oír súbitamente desde todos los púlpitos, y fué traducida en todas las lenguas vivas en– tonces, que la tomaron por texto. En el día, aunque bajo diferente forma, sucede una cosa muy seme– jante. Sé que Roma no puede sufrir a la Sociedad Bíblica, y que la con– sidera como una de las armas más poderosas que se han empleado con– tra el Cristianismo. Sin embargo, que no se alarme demasiado; y aun cuando la Sociedad Bíblica no supiese lo que hace, no por eso alcanza– rá mejor suerte en la época futura que la que en otro tiempo alcanza– ron los Setenta, en el que ciertamente se dudaba muy poco del Cristia– nismo y del éxito que debía obtener su traducción. Es esta una nueva efusión del Espíritu Santo, y estando, por otra parte, entre las cosas más razonablemente esperadas, conviene que los predicadores de este nuevo don puedan citar la Santa Escritura a todos los pueblos. Los Apóstoles no son traductores: tienen otras ocupaciones; pero la Sociedad Bíblica, instrumento ciego de la Providencia, prepara estas diferentes versiones, que los verdaderos enviados explicarán algún día en virtud de una misión legítima (nueva o primitiva, no importa), que desterrará la dada de la Ciudad de Dios; y de este modo, los mismos enemigos más terribles de la unidad, trabajan por establecerla (1). Por lo demás, para el que conoce la indiferencia de los chinos a toda producción literaria moderna, y mucho más si es extranjera y ofre– cida gratuitamente; para el que sabe el uso profano y sacrílego, al cual los celestes destinan la mayor parte de esas Biblias de propaganda dis– tribuídas en abundancia por los disidentes, no le parecerá extraña la afirmación de que la lectura de semejantes publicaciones persuade rara vez a una alma pagana, aunque sea honesta, a que se haga cristiana. ¡V qué contrastre entre los misioneros católicos y los propagandis– tas protestantes! Aquéllos todo lo esperan de la gracia divina y dan en sus obras de apostolado un grande lugar a la virtud sobrenatural. Ahora bien, como la importancia y la duración de las obras está en proporción directa del lugar que en ellas ocupa Dios nuestro Señor, es por eso que (1) Las Veladas de San Petersburgo, por el conde José de Maistre. Nueva traduc– ción al castellano. Velada undécima, págs. 422-23. Madrid. Apostolado de la Pren– sa, 1912.

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