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90 Rt:LIGIO:'lES DO.\llNANTES EN CmNA justicia. Por consiguiente, no podemos aplicar a las confesiones pro– testantes en general el dolce far niente de los bonzos. Para ganar almas a su causa, las confesiones protestantes se mueven algo en todos senti– dos, y diríase que cuentan con medios que humanamente no debieran de carecer de eficacia. Por de pronto, los protestantes tienen a su favor el poderío del nú– mero. Una multitud de sectas diferentes reclutadas en diversas naciones de Europa y América se han dividido el Celeste Imperio o República celeste, y, sin contar sus mujeres e hijos, los ministros de la propagan– da protestante en más de una provincia de China, son tres veces supe– riores en número a los misioneros católicos. Añádase a esto una mul– titud inmensa de asalariados, catequistas, propagadores, médicos, cu– randeros... que muy bien retribuidos y adheridos a su lucrativo oficio como mecha a candela se encuentran por todas partes. < Los protestan– tes, dice con razón Mgr. Le Roy (1), sobresalen por su habilidad en disminuir su trabajo personal, multiplicando su acción, sirviéndose de auxiiiares índigenas. Pastores, diáconos, evangelistas, institutores... re– ciben una buena parte de autoridad y responsabilidad que mucho les halaga, y les anima y sostiene en su empresa. Poco importa que de vez en cuando estos neófitos propagadores interpreten erróneamente el dogma y la moral; los errores de doctrina carecen de consecuencias entre los protestantes, a no ser que se acerquen demasiado a la doctrina católica, y si hay errores de conducta y son públicos en demasía, se re– emplaza al delincuente y borrón y cuenta nueva. Este cuidado, esta faci– lidad que el protestantismo tiene para servirse del indígena como ins– trumento de conversión para sus compatriotas, es, no cabe duda, una de sus mayores fuerzas de acción,. Los ministros protestantes tienen también a su favor el nombre de su país de procedencia, es decir, la influencia política. La mayor parte de ellos vienen de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos de América, consideradas por los chinos, por supuesto con razón, como grandes, ri– cas y poderosas naciones. V esta condición, la de ser ingleses, alemanes o amerkanos, resulta para ellos un pedestal que les eleva a las miradas del pueblo chino. El poder atrayente, irresistible, especialmente para el chino, del di– nero de los protestantes, es un punto que se impone grandemente a nuestra consideración. Tienen sí necesidad de mucho dinero, pero el caso es que disponen de él en abundancia para su propia familia, para (1) Mgr. Le Roy, Superior general de los PP. del Espíritu Santo, en sn Prefacio al libro Les Míssions Anglicaines del P. Ragey. París, 1900.

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