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88 RELIGIONES DOMINANTES E:-,J CllIN:\ necer en la di1d 1, pero q 1 1e lnllaln11 inc 1¡i:1,2it:d,is de salir de la misma. Esta penosa situación en que se hallaban las almas, para quie– nes la duda era un tormento, debía servir naturalmente y en gran ma– nera a la propagación del Evangelio, (1). Algo parecido a esto pasa en China. No que la predica'Ción evangé– lica encuentre un punto de apoyo en las supersticiones del pueblo, sino en el sentido de que las creencias erróneas suponen siempre un fondo más o menos religioso que puede servir de fundamento a la instalación de la verdad religiosa en el alma. Examinando el estado de ánimo que ofrece un chino a los toques de la gracia divina que le convierte, el mi– sionero observa en él frecuentemente una predisposición favorable a causa misma de las supersticiones que practica y de las creencias que admite. Se observa que la superstición imprime en él un cierto senti– miento que ye, no sé definir, pero que es algo así como una necesidad religiosa que, aunque obscura y vaga, es fácil de cultivar. Por el con– trario, hemos visto mil veces y vemos cada día que se pasa en China, paganos indiferentes, sin culto ni fe alguna, que no creen en los ídolos, que no admiten una vida feliz o desgraciada, lcis cuales presentan muy pocas esperanzas de prestar no digo asentimiento, pero ni siquiera aten– ción a las suaves exhortaciones del misionero. Son seres, por decirlo así, cerrados a todo sentimiento, a quienes el temor de lo~ castigos no espanta, ni mueve la esperanza de la recompensa. Viven sin preocupar– se un ardite de lo que pueda suceder después de la muerte, adheridos a los intereses materiales de la vida que les bastan y que constituye el es– trecho horizonte de sus esperanzas y deseos. Si se diese el caso de con– vertirse uno de estos individuos, no pasaría de ser-salvo la acción de la gracia divina-un cristiano mediar.o, al que las generosas inspiracio– nes de la fe difícilmente podrían impresionarle al grado de elevarle de la tierra. Ahora bien, felizmente no son así la mayor parte de nuestros con– vertidos. Seríamos injustos si quisiéramos negar que haya cristianos en los que el sentimiento religioso sea una fibra muerta difícil de ha– cer revivir, pero podríamos asegurar que los otros, sin comparación muchos más, son de los que creían algo y practicaban la superstición. V téngase en cuenta que no es que pretendamos exagerar el valor práctico de este argumento; empero es permitido creer con Mgr. Rey– naud (2), que la superstición es un elemento más favorable al cristia– nismo que la indiferencia religiosa. (1) Mgr. fre¡;pel. Les Peres Apostoliques, 117, 4.c cdition, 1885. (2) Mgr. P.M. Reynaud. Une autre Chine, págs. 71-75. Abhcville. C. Paillart, 1897.

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