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A GUISA DE PRÓLOGO 7 un pueblo con otro pueblo, de una tribu con otra tribu, de una familia con otra familia. ¡Cuántos servicios puede rendir y rinde de hecho el misionero católico a la ciencia geográfica! Y aquí ocurre una reflexión muy digna de tenerse en cuenta. Las listas de los viajes de exploración y de científicos descubrimientos he– chos en estos últimos tiempos es verdaderamente admirable. Pero tam– bién es muy cierto que, por el apresuramiento del explorador y por el deseo de mostrar al mundo sus múltiples descubrimientos, se han acu– mulado nombres de villas, villorrios, tribus, pueblos, ríos, montañas y desiertos sin conocimiento de la lengua indígena, sin una inquisición seria y madura, fiándose en la buena fe de un guía o de un intérprete, quien no comprendiendo la importancia de lo que se le preguntaba, y fatigado tal vez de las cuestiones que se le proponían, no era el más adecuado para dar respuestas que significasen idea exacta de las cosas. En cambio, un misionero que sabe la lengua del país, porque debe po– seerla para el cumplimiento de su divina misión, puede enriquecer ad– mirablemente las noticias geográficas de sus misiones y subsanar no pocos errores. Pero mejor aún que el país mismo, ha de procurar el misionero co– nocer a los habitantes. Cuál es su historia, cuál su pasado, cuál su presente. Sus costumbres, sus leyes, su mentalidad propia. Nadie como el misionero puede, en el curso de los años de apostolado, conocer su pueblo. Es más: debe consagrarse a su estudio si quiere ser bien reci– bido, apreciado y amado; si quiere gozar de la influencia que le es in– dispensable para el fructuoso ejercicio de su ministerio; si quiere, en una palabra, adquirir en un pueblo indígena carta de naturaleza, y ser, como San Pablo, <todo para todos,. Negro con los Negros, Amarillo con los Amarillos, Rojo con los Rojos. Con estas costumbres y manera de ser de los pueblos, tienen relación necesaria las creencias y prácticas religiosas. Se ha dicho alguna vez, y este es uno de los prejuicios que se lanzan contra nosotros, que el mi– sionero católico no puede conocer ni apreciar bien las religiones paga– nas; porque siendo su misión combatirlas, y hallándose por adelantado convencido de su falsedad, ¿cómo puede ser imparcial y desinteresado su testimonio?-Somos fanáticos según muchos.-Los fanáticos no se encuentran entre nosotros, digo yo; los misioneros estamos en las me– jores condiciones para estudiar y conocer las religiones paganas; lo mismo, por ejemplo, que un médico europeo es, entre los explorado– res, el más calificado para darse cuenta de la terapéutica indígena. Ahora bien; si el examen se hiciese con un poco de inteligencia, podrá fácilmente descubrirse entre las religiones y creencias de los pue-
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