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RELIOIÓN POPULAR DE LOS CHINOS 85 bruscamente en su casa a influjo de no sé qué presagio o simplemente presentimiento, y trata de evadir el compromiso, excusándose de la me– jor manera, con frecuencia con una mentira. Por eso los extranjeros acusan a veces a los chinos de no saber guardar la palabra dada ni apreciar el valor del tiempo. Y se equivocan, porque atribuyen a la ne– gligencia o a su carácter lo que sólo es debido a una fuerza mayor; qui– siera él ser puntual a la cita, pero no es libre, se encuentra enredado en la inextricable redecilla de las supersticiones, como la incauta mosca en la tela de araúa». En estas condiciones, cómo esperar de la China que emprenda cosas grandes, que marche por el camino de la civilización y del progreso? ¡Y si el papel de la superstición se hubiese limitado a vivir pacífica– mente! ¿Pero quién puede comprender cuanto ha contribuído ella, por ejemplo la creencia ciega, irreflexiva del fong-sui, a conservar el estado de sospecha y de odio en que el europeo ha sido y es tenido to– davía por los chinos? Sequías, hambres, pestes, temblores de tierra y calamidades de todo género, encue!ltran en la superstición popular su última explicación. •La superstición latente del pueblo ha producido una como materia combustible, inflamable, explosiva, eminentemente peligrosa. Y basta apretar el botón de la superstición pública para ha– cer saltar todas las minas políticas chinas y provocar las masas a exce– sos del fanatismo más ciego y a represalias las más terribles» (1). La superstición, obstáculo al cristiarzismo.--Además de las trabas ex– teriores que la admirable y divina obra de la propagación de la Fe en– cuentra en China, existen estas supersticiones que, cual inmensa red, enlazan todos los detalles de la vida nacional china. riay supersticiones especiales, lo repetimos, en los nacimientos, en las bodas y en la muer– te; en las enfermedades, al construir una casa, al cambiar de domicilio, al abrir una tienda; cuando se va a la escuela; cuando se comienza el aprendizaje de un oficio; las hay para las procesiones públicas, para las representaciones teatrales, etc. Diríase que estos pobres chinos no pueden moverse, no pueden dar un paso sin someterse a alguna de estas prác– ticas supersticiosas, que alcanzan a todas las edades, a todas las condi– ciones. Tan frecuente es la ocasión, como varia la forma; absorben la vida pública y la privada, como elemento indispensable y absolutamen– te necesario, y parece imposible sacudir un yugo tan tiránico. Esto supuesto, es fácil comprender que se requiere mucho valor para romper una cadena que liga a todo el mundo chino y remontarse contra la corriente de la opinión general. Porque si es verdad que para (1) L. . Tcxtcs historiques, p citado, púg. 117.

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