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84 RELIGIONES DOMINANTES EN CHINA templos chinos, las pagodas, que sirven a los intereses materiales de todos, bien como abrigo a un viajante retardado en su camino, al men– digo demasiado miserable para pagar una noche de descanso en una posada, o bien de lugares de reunión, de distracción, de divertimiento, donde se tienen animadas .conversaciones, se fuma la pipa ante las nari– ces y las barbas de los dioses, se beben tazas de te o de vino; que sir– ven de refugio a los callejeros que pelan la pava, a los jugadores de da– dos, a toda clase de animales, sin exceptuar a los puercos, bueyes, ca– bras... y a los perros que van allá a buscar los despojos de las cocinas ambulantes? [:n fin, estudiemos brevemente las funestas consecuencias que las su– perst:ciones chinas entrañan para la civilización material e intelectual por el progreso de ideas europeas, así como para su rernrrección moral por la propagación de la verdad religiosa. Esa multitud prodigiosa de supersticiones no puede menos de ser un obstáculo a la civilización, ya que ha anegado la China en una singular mezcla de fanatismo y de vi– leza que se opone grandemente a todo perfeccionamiento en el orga– nismo social. La China, <paraíso de la superstición,, ha venido a ser por una necesidad absolutamente inevitable, el ,paraíso de la rutina,. La superstición ha sido un poderoso factor que ha debido contribuir ampliamente a fijar, por decirlo así, en su evolución, una civilización notable sin duda hace muchos siglos, pero que ha permanecido inerte, inmóvil en el estado en que se encontraba a la época en que nosotros, los pueblos europeos, estábamos todavía en los primeros vagidos de una barbarie naciente. <No obstante su prodigiosa antigüedad, la China ha permanecido joven, es decir, un pueblo de niños• (1). En efecto: ¿qué generosa iniciativa puede esperarse de espíritus completamente obscurecidos por creencias apenas definidas, acerca de las cuales los más absurdos cuentos de nodriza parecerían concepciones de la más alta fi– losofía? Supersticioso el chino, lo es en tal grado, que nó acertaríamos a formar idea de las trabas puestas a los actos más insignificantes de su existencia por la geomancia, nigromancia y brujería. , Las gentes de l:t alta sociedad, escribe un célebre autor (2), se dan frecuentemente vis a vis de los extranjeros la aparencia de espíritus fuertes, aparentan bur– larse de estos cuentos, pero en todos sus actos sienten su influencia. Siempre experimentan cierto malestar, pongo por ejemplo, al empren– der una obra a una hora nefasta o en un lugar poco propicio; camina uno hacia un lugar señalado para tratar un asunto, y de pronto entra (!) J. J. Matignon. Superstition, Crimc et Miscrc en Chine, y, citado, p{•;;. 29. (2) Marce] Monnier. Lr Tour cf'Asic. L'Empirc cfu Milicu, '.16:J, l • cdírinn, París. l'lou, l JU'.).

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