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RELIGIÓN POPULAR DE LOS C:H!NOS 77 cada chino, dictándole la norma de conducta en sus negocios, secun– dando o contrarrestando sus planes; influyen en el valor de sus propie– dades, hacen valer su poderío en la elección de una esposa, o en el día propicio para su casamiento; intervienen en sus relaciones con los hijos, alguna vez abrevian la vida, y siempre señalan el lugar, día y las cere– monias de sepultura de los difuntos,. Realmente-decimos nosotros– es necesaria toda la flema del chino para no volverse loco ante tal aglo– meración de supersticiones. V sin embargo, él vive tan contento en esa atmósfera de supersticiones a cual más ridículas y a cual más terroríficas. <Clemente de Alejandría parece haber tenido a la vista el pueblo chino -escribe Mgr. freppel (1)-cuando pinta el miserable estado a que la idolatría condujera al mundo pagano. Semejaute a esos reyes bárbaros que encadenaban sus cautivos a los cadáveres, dejándoles que se pu– drieran en ese terrible abrazo entre la vida y la muerte, así el demonio liga los hombres a los ídolos con los lazos de la superstición, a fin de que los vivientes, apareados con los muertos, se corrompan a su con– tacto y perezcan con ellos,. La imagen es bella y en gran manera apro– piada al caso. Manifestaciones principales de las supersticiones chinas.-Por lo cu– rioso e interesante tal vez, nos parece conveniente decir aquí algo refe– rente a las tres manifestaciones principales de las supersticiones chinas, a saber: el Dragón, el fong-sui y el Pa-koa o adivinación. El Dragó11.-EI dragón, el terrible y misterioso dragón, que si exis– te o existió en algún tiempo, no deja de ser un monstruo horrible, ha hallado lugar en los altares de los templos y en las banderas de la na– ción más numerosa del universo. El chino es, por naturaleza, un ser tí– mido, medroso, hecho verdaderamente para ser amedrentado. Nada tiene de extraño que el golpe de un repentino temor, y no elevándose jamás del efecto a la causa, produzca en su imaginación eminentemente fecunda una multitud de seres fantásticos. < En este sentido se expresa– ba, escribe el P. Wieger (2), en 685, un cierto Chenn su: La existencia de los monstruos nace de las inquietudes de los hombres; los produce su imaginación exaltada. Los monstruos, exteriorizados y pasando a ser existentes y reales, son el terror de los hombres. Cuando el corazón está tranquilo, allí no se crean ni producen los monstruos; al contrario, cuando se turba, pululan . Tal fué el origen del dragón chino, expresión por excelencia de to– dos los monstruos y seres fabulosos producidos en la imaginación del (1) Freppel. Clement d'Alejandrie, 3.e edition, 1885, pág 71. (2) L. Wieger, libro ya citado, pág. 117.
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