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BUDISMO 65 tivo estado. V para confirmar esta tesis, la leyenda budista dice que Buda contaba a sus discípulos, que él mismo había nacido y muerto, y vuelto a nacer y morir quinientas cincuenta veces, habiendo pasado por ser hormiga, topo, papagayo, león, mono... hombre, y finalmente Buda. <Es decir, exclama aquí nuestro hermano de hábito el P. Maraglia, algo así como nuestros profesores de las universidades, los cuales, a fin de que sus discípulos se persuadan de que el hombre es una bestia perfeccio– nada, no saben sino repetir la historia del hombre que, antes de serlo, ha pasado del estado de protoplasma al de célula, al .de animalejo, os– cidio, anfibio... y así hasta el de los monos orangutanes de brazos lar– gos, chimpancé, toglodíta, etc., y, finalmente, es una bestia perfeccio– nada (1). Después de haber proclamado la igualdad entre todos los seres vi– vientes, y como consecuencia inmediata, Buda predica la caridad, la piedad, el amor universal y de benevolencia. V no se comprende cómo esa caridad, ese amor universal, que no es posible sin el Corazón divi– no de Jesús o el de un Serafín de Asís, pueda armonizarse con una doc– trina enteramente atea, y que no conoce otro fin que el de sustraerse al dolor y llegar a Nirvana. Si amor quiere decir abrir el corazón, difun– dirlo, por decirlo así, para acoger en él a todos, para abrazarlos como en un seno materno, y alegrarse con los que se alegran, y llorar con los que lloran, y padecer con los que padecen, y llevar cada cual el peso de sus semejantes, alter alterius onera portate, que dice San Pa– blo (2), no es fácil concebir cómo pueda verificarse el amor universal predicado por Buda entre todos los seres, que, según él, son pura va– nidad, ilusión, y cuya existencia no es realidad. V francamente menos comprendemos que haya habido pensadores que han querido poner en parangón la caridad budista con la caridad cristiana. Para hacerlo suponen como esencia de la moral .budista un ·amor lleno de piedad, de compasión hacia todos los seres vivientes. En ello hay, no puede negarse tal vez, algo de verdad, pero convendría tener en cuenta, es necesario reconocer que entre ambos principios de moralidad existe una grande diferencia intrínseca. La lengua del Bu– dismo carece de palabras para expresar la poesía del amor cristiano, de aquella caridad admirable descrita por el Apóstol en todo el capí– tulo XIII de su primera carta que escribiera a sus queridos fieles de Co– rinto; la realidad de donde esta poesía del amor y de la caridad ha sa- (1) P. B. Maraglia. In China con i nostri soldati, ya citado, pág. 220. (2) San Pablo. Ad Oalatas, 6. 8
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