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bosquejado con antelación en el mundo antiguo. Siempre y en todas partes, la humanidad ha tenido el sentimiento de su decadencia, y 110 hay en la tierra pueblo alguno que no haya buscado en un rito exterior y sensible el medio de obtener el perdón del cielo. De suerte que el agua que empleamos para el bautismo, es, entre todos los signos ex– teriores y sensibles, el que mejor expre,a la acción misteriosa por la cual el hombre se ve purificado y limpio y perdonado de su culpa¡ de ahí que hasta los paganos sirnbolice11 por aspersiones de agua esa lim– pieza y purificacion. El bautis:no no pierde nada de su origen divino, aun cuando se pruebe la existencia de un rito de iniciación semejante en la mayor parte de las religiones o filosofías antiguas. Esta concor– dancia, más aparente que real, prueba sencillamente que el cristianismo se adapta a nuestra naturaleza, y satisface a maravilla todas nuestras necesidades, puesto que la razón abandonada a sí misma ha adivinado o prefijado algunas de sus admirables instituciones. t] más elocuente testimonio de vasallaje y sumisión que el error puede tributar a la ver– dad, es la necesidad en que se encuentra de co11formarse a ésta para adquirir prosélitos. Las semejanzas no indican siempre y necesariamente identidad de origen, sino más bien identidad de las condiciones que las han produ– cido, de suerte q11e 1 al notar estas al parecer extrañas semejanzas, fu era más filosófico deducir que las mismas causas tanto exteriores como psi– cológicas, han movido al Tibet y al Occidente a adoptar idénticos me– dios para obtener resultados iguales. En varios lugares incomunicados entre sí pudieron ser adoptados los mismos ornamentos y vestuario, na– turalmente, o por efecto de circunstancias o necesidades semejantes. ¿Qué dificultad puede haber para admitir, por ejemplo, que el Pallium, la Dalmática, la Capa pluvial son ornamentos de los cuales los sacerdo– tes de diversas religiones y en países de análogos climas se sirvieron para sus viajes y demás fines? Este es, por lo menos, el origen que atri– buyen a la indumentaria del culto católico los más ilustres arqueó– logos (1). En la doctrina budista, cuanto existe sobre la tierra, hállase ligado con los vínculos de la fraternidad; en el mundo hay, sí, muchas volun– tades, muchas inteligencias, pero todas iguales, todas son humanas. Ninguna distinción existe, según esto, entre el hombre y el bruto: y en todo animal, aunque sea de la especie más ínfima, hay que reconocer su existencia de hombre, o in fieri, o ido a menos, decaído de su primi- (1) Véase López fcrreiro. Lecciones de Arqueología sagrada, p{igs. 389-407. San– tiago de Oalicia, 1894.
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