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BUDISMO 63 referían, sin duda, los antiguos filósofos cuando decían que el hombre era un «animal religioso,. Si no fuese así, si la religión no fuese una pasión connatural del alma humana, si esta alma no poseyese la facul– tad de percibir, de sentir, de querer lo divino, ninguna fuerza humana pudiera hacerla sentir la necesidad de Dios y de la plegaria. Siendo, pues, la religión un sentimiento propio del alma humana, ha de tener naturalmente rasgos de semejanza en los dogmas o creen– cias de todos los pueblos. Pero la religión cristiana es profundamente diversa de las religiones humanas. Ella es del cielo, las otras son de la tierra; pero tanto la una como las otras, tienen una base idéntica: la re– ligiosidad natural del alma humana, ¿Qué maravilla, de consiguiente, si aun en la religión cristiana se encuentran ritos y ceremonias exterio– res y aspiraciones humanas comunes a las otras religiones? Siendo un deseo innato del corazón el unirse a Dios, y siendo el ideal de toda re– ligión la consecución de este deseo, no puede haber plagio alguno de la religión cristiana al Budismo, desde el momento en que ambos estri– ban en la religiosidad natural del alma humana. Pero particularicemos el asunto. En la liturgia budista se hace uso, como entre nosotros, de la música, escultura y pintura; del agua ben– dita y ex0rcismos, del incensario, con sus cadenas y todo para abrirlo y cerrarlo a voluntad. Los Lamas, en las solemnidades de su culto, llevan báculo y mitra, y visten casullas, dalmática y capa pluvial; y esos mis– mos Lamas o sacerdotes del Budismo, guardan, a su manera, el celibato eclesiástico, y bendicen a sus adeptos extendiendo la mano derecha so– bre sus cabezas, y en los monasterios cantan sus salmos a dos coros, y tienen sus días de retiro o e_¡ercicios espirituales, etc., etc. Es más, estu– diando a fondo la teoría del Budismo, hallamos en él creencias como la de un Dios eterno, el Ur-Buda; la de la Trinidad, supuesto que cada Buda tiene un hijo por emanación y al propio tiempo un sosias (vera efigies) fuera del mundo de las formas; la de la Redención, ya que cada Buda es un redentor; la del Paraíso, que es Nivana. El racionalismo, repetimos, se ha aprovechado de estos rasgos de semejanza para despotricar contra la liturgia y dogmas católicos, igno– rando ciertamente que San Justino, en el siglo u, hacía notar la analo– gía aparente que ofrecía el rito de la iniciación cristiana con las purifi– caciones que se practicaban, no ya entre los budistas, que no los ltabía aún, sino entre los paganos de su tiempo. No puede negarse, en efecto, que las aspersiones y ceremonias lustrales prodigábanse en países poli– teístas como medios de lavarse interiormente de faltas cometidas. Pero esta comparación prueba, a lo más, que el Budismo, así corno todas las grandes instituciones del cristianismo, fué ya antevisto y en cierto modo
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