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En 845, reinando Ou-tsun, de los mismos Tang, se dió al Budismo el golpe más terrible que antes ni después haya recibido en China. Veamos, por curiosidad, algunos de los documentos relativos rl estecé– lebre asunto religioso-budista. La historia china dice: , Año 845. Descontento en gran manera de que los bonzos de ambos sexos devorasen el Imperio, el monarca resol– vióse a dar contra ellos el golpe de gracia. Comenzó por ordenar se destruyesen todas las pequeiias boncerías situadas en las montanas y en la campiña. Enseguida, por decreto, ordenó que en Sianfu y Lao-yang se dejase tan sólo una pagoda con un maximum de treinta bonzos. Igual gracia se concedía a limitadas villas de grande importancia. Todos los demás bonzos de ambos sexos eran obligados a volver al siglo. Salvo las pagodas toleradas, todas las demás debían ser irremisiblemente de– molidas en tiempo prefijado. Delegados imperiales enviados a todas partes, presidían, a nombre del emperador, la ejecución del edicto. Tierras y bienes de las pagodas eran confiscados en provecho del fisco. El bronce de las estatuas y campanas, fundido y convertido en sapecas. Como consecuencia de este edicto, fueron destruídas en todo el imperio más de 4.600 pagodas y boncerías; las pequeñas pagodas desapareci– das no bajaban de 40.000. Se calcula que los bonzos secularizados fue– ron en número de 260.500 personas. Las tierras confiscadas eran milla– res de hectáreas de king (el king equivale a más de 600 áreas); los es– clavos libertados de las pagodas 150.000•. Como es costumbre en Chi– na en tales semejantes ocasiones, muchos funcionarios se excedieron en las facultades que el edicto les concedía, y dieron muerte alevosa a un gran número de bonzos. El texto del edicto de proscripción, probablemente original y de puño y letra del emperador, dice así: (1} •Que yo sepa, en tiempo de las tres dinastías {Hia-Chang Ving y Tchou), el nombre de Buda era desconocido en China. fué en tiempo de los Iian cuando las imágenes y los libros budistas penetraron en el Imperio. Corriendo los años, esa hierba rastrera, esa susperstición indigna, se ha propagado en tal grado, que llega ya a destruir nuestras costum~1res nacionales y a pervertir al pueblo. En las provincias, en las capitales y villas y aldeas, los discípu– los de los bonzos se multiplican de un modo alarmante. Los templos budistas hállanse cada día más frecuentados. El pueblo gasta sus fuer– zas edificando esos templos y sus dineros en adornarlos elegantemente. Los dos primeros emperadores de nuestra gran dinastía pacificaron el país por las armas y reformaron sus costumbres por medio de la ense- (l) Véase en L. \Vi.:ger, iugar ya citado de Textes historiques.

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