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Rt:UOIONES DOM!NANTES EN CHINA comité político, que escrupulosamente se guarde también en los tiem– pos venideros,. Esto en lo que se refiere a los sacrificios al Cielo, que, respecto a Confucio, el mismo decreto es tan explícito y no menos riguroso. < La virtud, dice, y el talento de Confucio, no han tenidó rivales en el mun– do, por lo cual debe ser venerado a perpetuidad. La nueva república debe conservar el culto que ha venido tributándosele desde los tiempos más antiguos. Estos sacrificios en honor a Confucio se harán dos veces al año, en la primavera y el otoño, y el día de la apertura del curso de las escuelas y universidades y en el aniversario de su natalicio•. Los católicos, protestantes, budistas, taoístas, etc., que venían ha– ciendo-como hemos dicho-una campaña activísima en pro de la li– bertad de cultos, quedaron estupefactos, mudos de espanto a la vista de estos decretos, porque si bien Yuan-che-Kai y sus consejeros se ex– plicaban diciendo que por ellos no se impone a la China, como obliga– toria, religión alguna de Estado, y que en la persona de Confucio sólo se venera al filósofo y su doctrina y su moral, con todo, es evidente que se trata de una veneración perfectamente supersticiosa, y como tal, prohibida a los cristianos, católicos o protestantes. Los cristianos chinos y las carreras del Estado. --Si únicamente se tratara de rendir tributo de admiración en las escuelas de diversos gra– dos a la cultura literaria de los viejos autore~, modelos acabados de es– tilo chino, esta tendencia nada tendría de reprobable. Porque no puede negarse que entre los jóvenes chinos que cultivan las ciencias llamadas europeas, hay muchos que se encuentran en una ignorancia lamentable de lo que debieran saber antes de todo, su propia lengua, la literatura nacional. Problemáticos y todo, los gloriosos hechos, las hazañas de los antiguos héroes de la vieja China, que se describen con vivo colorido en hermosas leyendas, aprovecharían grandemente a los jóvenes chinos. Mas, por desgracia para la China, el fin que en ese decreto persi– guen el Presidente de la República y sus consejeros pagano-confucis– tas, es muy otro. Quieren que los grandes letrados y héroes de la vieja China sean venerados, como lo eran en la antigüedad; por ritos sagra– dos. Es verdad que se nos dice que esos honores, esos ritos, en manera alguna constituyen un culto religioso; pero los católicos juzgamos las cosíl.S muy de otro modo. Condenamos como supersticiosas ciertas prácticas recomendadas en los documentos oficiales, particularmente la postración ante las tabletas de Confucio, ordenada para escuelas, cole– gios y universidades del Estado. La consecuencia es clara, evidente a todas luces; si los mandatos de la Presidencia y las leyes y provisiones del Ministerio de Instrucción

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