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~ 1 abierta a los ideales de progreso, y que Ma-sian-pei, víctima inocente de furiosas calumnias, se viese obligado a abandonar sus proyectos de verdadero patriota. Convencido de que sus compatriotas no le com– prendían ni podían comprenderle, emprendió una serie de provechosos viajes de instrucción por Europa y América, retirándose después a su pueblo natal a recopilar sus observaciones, y consagrarse, durante pro– longado retiro, al estudio de la literatura, de la filosofía y ciencias suyas predilectas. Fué por entonces cuando completó la grandiosa obra gra– maticalMase-Wenfon, de su ilustre hermano Ma-Kien-tsong, ya difunto. Hacia el año 27 del reinado de Koang-siu (1869), inició la idea de fundar, ayudado por los católicos de Shanghai, la universidad Aurora,. Para esta grande institución, en la que habrían de enseñarse todas las ciencias modernas y todas las lenguas vivas y muertas, Ma-sian-pei sa– crificó toda su fortuna. Ahí está todavía ese centro docente cada vez más pujante, reconocido por el Gobierno con todos los títulos y privi– legios de Universidad nacional, pregonando los triunfos pedagógicos de Ma-sian-pei. Proclamada la república, y esperando que su Patria idolatrada en– trara definitivamente por las puertas del progreso para llegar al colmo de la grandeza, Ma-sian-pei salió de nuevo a la vida pública, y le en– contramos sucesivamente como jefe de administración de Nan Kin, la segunda ciudad de China, rector de la Universidad de Pekín, consejero de Estado, presidente del comité para la elaboración de las leyes consti– tucionales de la nueva república, y miembro el más escuchado del Par– lamento chino. Católico práctico, ;\la-sían-peí ha trabajado mucho y bien por la Religión. Conservamos entre nuestros apuntes de cosas chinas los pá– rrafos más salientes de su discurso pronunciado hace poco en la popu– losa Shanghai: •Las murallas que rodeaban la ciudad, dice refiriéndose a Shanghai, han caído por tierra, y nuevos torrentes de aire y de luz circulan por las calles; las miserables casuchas en ruína han desapare– cido, el terreno está allanado. Es necesario edificar una nueva ciudad llena de esplendor y de vida, pero la ciudad que yo quisiera para Shan– ghai, para el Kiang-sou, para toda la China, nuestra Patria amada, es la que quería edificar el gran santo de la Iglesia católica, San Agustín: la Iglesia de Dios,. Con razones teológico-filosóficas, y trayendo a contri– bución su pasmosa erudición en las ciencias modernas, demuestra que el hombre tiene deberes imprescindibles con el Creador, que ese Creador, cuya idea, aunque vaga, reside en el fondo de todas las con– ciencias, no puede ser otro que el Dios de los cristianos, y termina in– vitando a sus compatriotas a alistarse en las filas católicas para que el
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