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CONFUCIANISMO 37 La doctrina de la piedad filial es in principio la sola obligación mo– ral precisa-ya lo dejamos dicho-que los pueblos extremo-orientales conocen; y el culto de los ascendientes, y el de los genios, y el de los héroes, no son sino manifestaciones y consecuencias de la piedad filial. En el Japón, como en la China, existen sobre el particular los mismos idénticos sentimientos religiosos; la doctrina de Confucio acerca de la piedad filial ha sido el fundament<, de la ética japonesa, y el libro •de los veinticuatro ejemplos de piedad filial que conviene imitar, es tan conocido por los nipones como por los celestes; en fin, la teoría de la piedad filial es lo mismo en Japón que en China un dogma intangible. El Japón, bajo la influencia de las nuevas ideas de progreso, de civi– lización, de adelanto en todo orden de cosas, hállase en peligro de ol– vidar hasta el recuerdo de estas «pequeñeces,. Porque si es verdad que gran número de sociólogos gritan todavía contra el abandono en que las nuevas generaciones dejan los viejos ideales; si levantan vibrante su voz de alarma contra el peligro que comienza a correr la moral tradi– cional, sustituida por nuevas ideas •menos patriarcales, importadas del occidente; si lloran a lágrima viva el terrible golpe inferido a los viejos , modelos con la proclamación de la república china, que destruye el principio confuciano de la piedad filial debida al Soberano por sus súb– ditos, y que de rechazo puede tener funestas consecuencias sobre el sis– tema moral japonés, en el cual (sistema) la lealtad y sumisión del Em– perador es algo así como el coronamiento y la última y más elevada escala de perfección-tanto que para los viejos nipones un rescripto im– perial es como el evangelio escrito...-a pesar de todo eso, hoy en el Japón hay muchos que se alegran y manifiestan públicamente su satis– facción por esa revolución profunda de tremendas consecuencias polí- tico-religiosas. , Takekoshi Vosaburo, conocidísimo en el Japón, cree, y lo manifiesta a voz en grito, que es preciso olvidar un código moral deshonrado ya, eminentemente contrario a la libertad del individuo, enemigo de toda energía y de toda iniciativa, y que retiene, en fin, a la nación en un ni– vel decadente, humillado y sin fuerzas. No sólo pone a discusión el viejo dogma de obediencia filial ciega y completa, sino que se dirige enérgicamente contra los "padres que se consideran dueños absolutos y propietarios indiscutibles de las ganancias de sus hijos, y que a tal extremo llegan en el uso de sus derechos, que no creen cometer injus– ticia alguna haciendo indigno tráfico de prostitución con sus propias candorosas hijas. Claro está que, en rigor, Vosaburo tiene muchísima razón, así como puede ser también verdadera la tesis del •Japón Chronicle• al decir que
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