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CON!'UCIAN!:iMO 33 parte, parece como que se reconocen las antiguas tradiciones de la in– mortalidad del alma en sus ritos póstumos, sus tabletas, la plegaria en favor de las almas de los difuntos, y hasta la canonización de los hom– bres célebres que hacen los emperadores, comenzando por el mismo fi– lósofo; por otra se ve la indiferencia más lamentable y triste de los eter– nos destinos. •Preguntad, dice el experto Mgr. Otto, a un hombre del pueblo, que se levanta de haberse postrado ante la tableta de sus ante– pasados, cuál es la suerte del alma después de la muerte, y, admirado de la pregunta, no sabrá qué responderos. A lo más os responderá que la muerte es el aniquilamiento completo. Otro os dirá que la muerte es pu tei mie, el alma que se extingue como una lámpara. El letrado más instruído imita a los bonzos, lo mismo que la gente del pueblo, y lo que más extrañeza causa es ver la profunda indiferencia de todos pa– ra el porvenir de futuros eternos destinos. Lo que interesa sobre todo para la hora de la muerte, es disponer de un buen ataúd, magníficos funerales y buen sepulcro, (1). El Confucianismo en la práctica.-Fuese cualquiera la opinión per– sonal del Maestro, es cierto, por lo menos, que sus modernos discípu– los no saben elevarse de este mundo material. Ellos, como literatos, ha– blan a lo materialista, y como particulares, obran cual rebaños de Epí– curo, (2). Los literatos chinos, corno todos los confucistas del imperio, son dignos sucesores de sus antiguos colegas de Roma y Atenas. Ahí están ellos para demostrar prácticamente que las reglas de moral, fal– tándoles una base sólida, tal como la retribución del bien y del mal des– pués de la muerte, terminan por ceder en las manos de los maestros del pensamiento. Los literatos chinos, que saben de memoria los pre– ceptos y las sentencias del Maestro, •violan todo derecho divino y hu– mano, pisotean la razón, la religión, la justicia, la ley, la honestidad y los derechos de la sangre y de la amistad, siempre que se les presenta ocasión para satisfacer sus instintos de comodidad y de placer terreno. Verdaderos vampiros del Estado, no se nutren sino de la sangre del pueblo, (3). Hay un proverbio, común en toda la China, que dice: <Cuando el emperador concede grados académicos a los nuevos litera– tos, no hace sino alargar la cuerda, sin saberlo, a los verdugos, a los asesinos, a los sedientos de arruinar y devorar al pueblo,. ~La virtud incluye en sí un sacrificio, el sacrificio de la pasión al deber, de la vir– tud a la ley, del interés propio al bien general; sacrificio penoso con (1) Mgr. Otto, Vicari > Apostólico del Kan-sou. «Etmk sur les clasiques-chinois, pág, 90, en la nota. (2) L. \Xlieger. Mora/e et Usages populaires, ya citado, pág. 160. (3) P. B. Maraglia, libro ya citado, págs. 202 y 203. 4

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