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24 Rf'l rrnoNt:s DOMINANTES EN CHINA tuído por otro joven y vigoroso, algo así como la cigarra cuando se despoja de su envoltura. De esta suerte, el que hace uso de estas píldo– ras, no muere jamás: es inmortal. « Visitando una pagoda taoísta de Tien-Kin-dice el P. Maraglia (1)-donde existen no pocas de estas vestales de nuevo cuflo, la superiora, una joven que cifraba en los cua– renta, me decía con cierta amargura: Los chinos de hoy son demasiado perversos para que las píldoras de la inmortalidad que se fabrican en nuestro laboratorio produzcan en ellos su prodigioso efecto. Porque– me lo decía no con la boca, pero sí con la mirada-¿dónde se hallan en la época presente de corrupción y de pasiones desenfrenadas, esos hombres limpios de corazón de que hablan las historias? V si ya no existen, ¿hemos de maravillarnos si nuestras píldoras de la inmortalidad son y continuarán siendo en adelante, por desgracia, un sueño de la inmortalidad? Sin embargo, señor, el procurarlo a nadie perjudica, y por eso trabajamos... • leyendas taoistas.-Las leyendas taoistas son, indiscutiblemente, lo que de más fantástico se ha escrito en el mundo; ante ellas palidecen los cuentos árabes. En lo maravilloso, no hay género alguno que los taoistas no hayan explotado. Nada hay que halague y guste tanto a los pobres chinos como las promesas de esos titiriteros. El poder de con– vertir el mercurio en plata, he ahí la riqueza; dones los más maravillo– sos, como la invulnerabilidad, el volar por los aires como los pájaros, o mejor dicho, como espíritus; el hacer a voluntad toda suerte de pro– digios; en fin, la inmortalidad perpetuando el g0zo, he ahí la felicidad suprema. V puede verse en todas las historias taoístas cuán poco cuesta a la imaginación lo maravilloso, y cuán poco prueba a la inteligencia y al corazón chino. Sucesos maravillosos de toda clase hállanse relatados en los escritos taoístas como la cosa más vulgar, la más común e indu– bitable. Consecucncias.-¿Qué resulta de aquí? Resulta, en primer lugar, que los celestes están ya hartos de saber y cansados de oír cosas maravillo– sas, y no precisamente en el sentido de que de tanto oír sean incrédu– los o poco menos, sino en el sentido de que ya de nada absolutamente se admiran, nada les choca, y lo maravilloso nada prueba a su corazón; de ahí la incapacidad que se observa en estos desgraciados hijos del cielo para percibir la fuerza probativa de los milagros como testimonio auténtico de una verdad; de ahí esa extrema facilidad con que a veces vemos cómo se excitan los ánimos de las multitudes, por medio y efec– to de cuentos y farsas las más absurdas. Todas las rebeliones de que tan (!) P. B. Maraglia.-Obra citada, pág. 183.

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