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106 RELIGIONES DOMINANTES EN CHINA sobre la desgraciada China. Es una primavera que hace prever el triun– fo definitivo de la causa cristiana, dulce esperanza que templa las tris– tezas y los sufrimientos de vosotros, heróicos ministros, sucesores del Salvador. El cielo chino, es verdad, no se encuentra del todo sereno, negros nubarrones le cubren todavía; la Iglesia del celeste imperio en– cuéntrase aún en su nacimiento, hállase, por decirlo así, envuelto en pañales, pero al mismo tiempo, ¡cómo alegra el corazón verle salir del baño de su primera generación, el bautismo de sangre! Y llegará, no lo dudamos, a esa virilidad de la edad madura, a esa plenitud de la per– fección en que las virtudes austeras y heróicas la inunden en un segun– do baño, el de la penitencia voluntaria. Si la Iglesia no se ha asentado todavía en China, sois vosotros, após– toles de Jesucristo, misioneros santos, las •piedras vivas destinadas a la fábrica de su templo inmortal que Dios prepara en la tierra para la in– mortalidad de su gloria,, y a la cual la Iglesia de China ha de contri– buir en gran manera; •templo augusto del que cada una de las almas santas debe formar parte, desde los profetas y los apóstoles, que son su fundamento, y los mártires, que son sus víctimas, y las vírgenes, que son su flor que no se marchita, y los confesores, que constituyen su de– coración imborrable, hasta los santos más desconocidos, que brillarán cada cual en su esfera por la variedad de sus méritos; templo siempre en creciente progreso, que va alzándose cada día a la plenitud de su per– fección, y cuya dedicación se celebrará el día en que Jesús presente a su Padre su Iglesia pura y sin la menor mancha para no separársele ja– más: Omnis aedificafio constructa (in Christo Jesu) crescit in templum sanctum in Domino. (Efesios, u, 21-22). Tal es, compañeros mios de apostolado, la tarea sublime de vuestro apostólico celo. En presencia del cuadro que nos ofrece la situación ac– tual de la Iglesia en China, triste como las realidades de la tierra, pero sonriente de esperanza como las del cielo, yo recuerdo la visión de San Juan en su Apocalipsis, cuando aparece el caballero negro llevando en sus manos la balanza fatídica, figura de los pueblos sumidos en las sombras obscuras de la muerte, y figura especialmente de esa inmensa multitud de idólatras chinos, acerca de los cuales nos preguntamos ins– tintivamente si la hora del triunfo tardará aún, si no llegará pronto para ellos la hora de la justicia que determine la parte que han de tomar en el gran banquete de la Verdad. Pero recuerdo también que en la mis– ma visión del Profeta se ve venir otro caballero blanco, que en la cabeza lleva resplandeciente corona, y en sus brillantes armas esta di– visa: Exiit vincens ut vinceret! He ahí el vencedor que sale para nuevas empresas y triunfos nuevos. Ese caballero blanco, de resplandeciente

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