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102 RELIGIONES DOMINANTES EN CHINA v.g., en un país protestante, el pecador más endurecido; yo dudo que sea tan difícil el atraerle, como fuera el atraer al infiel chino más ho– nesto y de mejores costumbres, (1 ). Hechas estas observaciones sobre el estado de los espíritus en Chi– na, veamos la conducta que los misioneros católicos siguen para la con– versión de los paganos. Un atento estudio y una experiencia constante de su orgullo nacional, y del profundo materialismo que les hace in– sensibles e inaccesibles a toda elevación de ideas y a toda nobleza de sent:mientos, al mismo tiempo que representa a sus ojos como un mi~– terio incomprensible la labor desinteresada del misionero; todo esto convencerá bien pronto al obrero apostólico de una verdad deplorable, a saber: que •el chino para abrazar la Religión católica debe, general– mente, estar movido por un interés natural cualquiera; porque creer que sea movido únicamente por motivos sobrenaturales, sería un error en el cual no caerá misionero alguno, por poco que conozca el carácter de los habitantes de esta nación, (2). He ahí por qué, sean como quieran nuestros discursos catequísticos, nuestras correrías apostólicas, la misteriosa acción de la gracia divina queda a salvo al ver cómo Dios nuestro Señor ayuda para ganar almas, para traernos El mismo los catecúmenos. No son nuestros buenos ser– mones los que convierten a los catecúmenos, no so·n las predicaciones al aire libre, en las plazas públicas, en los feriales, doquiera hay con– curso de gentes, donde se hacen los cristianos. Nuestros mejores cate– cúmenos son los que vienen por relaciones de amistad o parentesco. La mayor parte, y también la más sana de nuestros catecúmenos, son atraídos por gentes, al parecer, sin ilustración ni elocuencia. Diríase que Dios se burla de la habilidad de los hombr::s, y se goza en servirse de instrumentos algo así como los menos propios para una obra tan colo– sal. En general, el trabajo del misionero consiste en dirigir a los cate– quistas, como un capitán su compañía de soldados, reunir sus neófitos y vigilar a su formación; pero la mayor parte de las conversiones se ve– rifican sin una intervención directa del misionero. No cabe duda que nuestras predicaciones, nuestras correrías apostólicas, nuestras confe– rencias públicas y en las escuelas paganas, producen siempre una muy saludable impresión, destruyen erróneos prejuicios que existen contra nuestra Religión, tenida por extranjera, pero, frecuentemente, Dios parece dejar nuestros esfuerzos sin visible resultado. El misionero ha (1) P. Bronllion. Memoire sur l'état actuel de la Mission du Kiang-nan. París, Julien Lamier et C., 1855. (2) P. Emile Becker: Le R. P.Joseph Oounet. Un demisiécle d'apostolat en Chine, pág. 315. Ho-kien-fu, 1907.

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