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CATOLICISMO 101 en el se110 del Cristianismo había una porción de sublimidades con las cuales choca la pequeñez y pravedad de los entendimientos y de los co– razones de sus enemigos...; una moral que de continuo hace la guerra a las pasiones; unos misterios que por su grandeza sobrepujan los al– cances de la mente del h0mbre; unas verdades que están fuera de los círculos de los ~entidos; unas esperanzas cuyas realizaciones se guardan para cuando se haya perdido esta vida que tanto amamos, cosas que por su misma elevación predisponen en contra la protervia, mezquindad y ceguera de la naturaleza .humana, degradada por su primer pecado, no obstante, digo, el mundo se transforma. De idólatra que era el uni– verso, se hace adorador y discípulo del Salvador, que le impone nue– vas leyes, y por medio de su moral sublime, al hombre, que antes era fango y corrupción, eleva en santidad hasta un grado muy próximo a la pureza y excelsitud angélica. Ahora bien, ¿bajo qué aspecto se presenta la situación actual de los espíritus chinos desde el punto de vista de su conversión al Catolicis– mo? Diríase que nuestros dogmas, nuestra doctrina los encuentran, y después de hablarles al oído con insistencia, los dejan sumidos en la indiferencia y en la incredulidad. La virtud y el heroísmo de los márti– res cristianos no tienen para ellos fuerza suficiente para impresionarles y conmover sus corazones; hasta los milagros apostólicos, si se renova– ran en China, perderían mucho de su virtud demostrativa a los ojos fa– náticos de los clientes del Taoísmo hechicero. Es increíble lo que cues– ta hacerse escuchar de los paganos chinos, aun de los más honestos y morigerados en sus costumbres. A veces se encuentran paganos que escuchan con gusto, e ingenuamente confiesan que el Padre tiene ra– zón. Verdaderamente nosotros estamos fuera del deber, dicen, y dig– nos somos de la grande excomunión". Pero estas ~onfesiones no ase– guran su conversión. Esta resistencia práctica de los chinos a las verda– des las más evidentes, sugería a un misionero las reflexiones siguientes: • Es raro en China más que en ninguna otra parte, hallar un deseo sin– cero de aceptar como principio de conducta una verdad reconocida por la inteligencia. Así, por ejemplo, una vez admitida la existencia de Dios creador y remunerador, parece que nada tan lógico como la necesidad de servir fiel y amorosamente a ese soberano Señor. Esta consecuencia salta a los ojos; pero ¡qué difícil es hacerla penetrar en el corazón! A poco que un espíritu orgulloso y razonador ayude a las malas pasiones, el hombre conviene en admitir los principios, pero niégá todas las con– secuencias, comenzando por aquella que entrañaría,ctifá'conversión ra– dical de ideas y de costumbres, con la ruptura decµna'infinidad de mal– sanos lazos. Tomad en un centro, no diré catóti.éo, mas sólo cristiano, , ,J

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