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100 RELIOIONES DOMINANTES EN CHINA Los pueblos, acantonados hasta entonces, se aproximaron tanto, que llegaron a constituir un cuerpo; las relaciones comerciales y sociales fue– ron más frecuentes; una lengua común, la griega, se hablaba en todo e 1 imperio; las leyes y constituciones particulares de cada estado se confor– maban poco a poco a las de la capital; las religiones nacionales libres co– mo eran y diversas, tenían un punto común, el culto de Roma y de César, o por lo menos los sacrificios ofrecidos por ellos. Así, de pueolo en pue– blo, se comunicó la esperanza, el de$eO natural de un bien más sólido que el de los goces presentes. Y habiéndose roto toda barrera entre los pueblos, Roma hacíase oír de un ptrnto a otro del mundo, y, de este modo, la verdad cristiana, que allí había sido anunciada, resonó por todo el universo conocido. Los apóstoles de Cristo han reconocido que debían a los romanos las facilidades en el'¾cuTIT¡Jlimiento de su misión. •Gracias a ellos, decía San Ireneo, recorremos sin peligros todos los caminos, y sus naves nos llevan a donde deseamos ir» (1). Hasta la filosofía cooperaba a la unión de los espíritus, sujetando la sabiduría a ciertas reglas del deber. Las ideas morales, así reguladas, pasaron de la escuelas al teatro, a la oratoria, a la poesía. Que sólo los pensadores penetrasen su verdadero sentido, puede concederse, mas la multitud los repetía, se habituaba a ese lenguaje, y, a la larga, entreveía algunos resplandores de verdad. El Cristianismo, entretanto, se revela– ba como salvación para las almas bien dispuestas. Su misión universal le colocaba muy por encima de las religiones que dividían el mundo, las que se manifestaban ya como insuficientes. Por su ,adoración en es– píritu y en verdad,, dominaba sobre los cultos materialistas y echaba por tierra su ascendiente; pero al mismo tiempo, bastante fecundo para vivificarlo todo, retuvo de las prácticas de ellos lo que convenía para la expresión de sus sublimes creencias. Se apropió asimismo las formas administrativas de la Roma pagana, aceptó las costumbres públicas y privadas que no estaban en contradicción con sus invariables enseñan– zas, y abrazó, en· fin, al mundo para regenerarlo. Una fe que venia a colmar los votos de todos se apoderó de los co– razones, y por los corazones obtuvo el más colosal de los triunfos. Los miserables, que tanto abundaban por entonces, se hallaban ávidos de un consuelo, y la vida cristiana tuvo para ellos un vivo atractivo; ella realizaba el ensueño de los filósofos, la ciudad donde reinara una cari– dad sin límites, sin aceptación de personas, la equidad entre los dere– chos y los deberes de todos; venía, en fin, a borrar las odiosas preocu– paciones contra el esclavo y la mujer. V así vemos que, no obstante que (!) San Ireneo, IV, 30, 3,
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