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8 RELIGIONES DOMINANTES EN CrIINA blos, aun los más atrasados, un fondo de doctrina que pudiera servir muy bien de apoyo a los dogmas y a la moral del Cristianismo. La creencia en un Ser supremo que rige y gobierna el Universo, y en los espíritus que, o son amigos del hombre, o buscan su ruina, la vida fu– tµra del alma, la necesidad de la plegaria, el sacrificio creído y practi– cado en todos los países, la noción del pecado, la obligación moral de la justicia... y mil otras creencias prácticas, son problemas demasi:Jdo interesantes, y en los que el misionero tiene imprescindiblemente que fijarse para el ejercicio de su apostolado. Porque es indudable que hay infinidad de religiones diseminadas y dispersas a manera de sillares de un vasto edificio, que abrigó por al– gún tiempo a la primitiva humanidad; y rastros que revelan la majestad y grandeza de tan soberbio edificio, encontramos en todas partes, lo mismo en el fetichismo de los negros de Africa que en los cultos reli– giosos de la India y de China. V ¿qué decir del conocimiento de las lenguas? Este estudio ya no es facultativo para el misionero, como puede serlo tal vez el de otras cien– cias y conocimientos; es verdaderamente obligatorio. No temería afirmar que es poco digno del calificativo de misionero quien no se halla en condiciones de instruir al indígena en su propia lengua. El misionero no puede contentarse con que le entiendan los índígenas, como lo haría un viajante o un comerciante. El honor de la Religión, a la cual repre– senta, exige de él la obligación de hablar correctamente la lengua del país que evz.ngeliza, y cuanto más su manera de expresarse se aproxime a la de los indígenas, mayor será la consideración, el aprecio y la con– fianza en que se le tenga, y, por consiguiente, con mayor gusto y acep– tación se escucharán sus explicaciones en materias religiosas. Además, existe otra razón, más grave aún, para que el misionero consagre todos sus esfuerzos al estudio de las lenguas indígenas, así como también al de las leyes, costumbres y religiones; y es la ohliga– gación de no comprometer la alta misión que se le ha confiado, sea in– troduciendo en la religión que predica expresiones y prácticas poco dignas o condenables, sea imponiendo a todo un pueblo !a reprobación de usos seculares y perfectamente legítimos. Recuérdese, al efecto, el asunto de los ritos chinos y malabares, que ha sido uno de los más lar– gos y espinosos que la Santa Sede ha tenido que resolver. Nada digamos de otras ciencias y conocimientos a que, sin perjuicio de sus deberes, y frecuentemente hasta para el más exacto cumplimiento de los mismos, puede consagrarse el misionero: historia, derecho, pro– piedad, represión de crímenes y delitos, estado social de la mujer y del niño, política, administración, botánica, geología, medicina, etc.
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