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ElL FR.",.)ICJSC\XIS:\10 DE LOPE DE \'EGA, T. F. II Tampoco Lope se sustrajo al esplendor del nombre de Clara y juega con su nombre tan delicadamente como él sólo sabe hacerlo: Que no hay Clara que lo sea sin Dios, que es espejo claro. Para no ser Clara obscura, Clara mirarse procura en Francisco, que es espejo de Dios y de su consejo, de su verdad y hermosura. No ha de obscurecerse Clara, Ciara es luz y ha d~ alumbrar, y pues Cara se declara, ¿ quién la procura enturbiar? Clara vela, y así fundo que es vela y lucir pretende en la noche del profundo, que si Francisco la enciende no la ha de matar d mundo. El taumaturgo de Padua es otra de las personalidades seráficas -la más popular de todas-que Lope-el poeta popular y nacional por excelencia-no podía menos de describir en sus obras. Y ¡ con qué exac– titud lo ha hecho Lope de Vega! Le introduce en escena en el preciso momento en que acaba de apaciguar encarnizados bandos por medio de un casamiento. Aparte de estos oficios pacíficos y nupciales tan anto– nianos, le hace expresar su predilección por los pobresº, las necesidades de las poblaciones y avisando a los ricos la caridad. Oigamos a San Antonio: Qui~ro por vos entretener el día visitando los pobres y sabiendo de las necesidades ele la villa, a las que es justo que acudáis, pues debe cualquier señor a sus vasallos esta ob 1 igación, después de la que tiene por la ley celestial establecida: qui estas cosas dan gracia y nueva vida.

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