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;_ 43 - El prestigio moral del clero se vería con esto realzado a los ojos de esa juven– tud, que será la clase dirigente del porvenir. En el sacerdote no verá tan solo al hombre santo del cul– to, sino también al hombre de la ciencia; no tan sólo al apóstol de la eterpidad, que habla del origen y del destino supremo del hombre, sino también al ciudadano de su siglo y de su nación, que conoce las necesidades, que no es ajeno a los progresos in– telectuales, que demuestra con el lenguaje de los estudios modernos, que no existe conflicto alguno entre la ciencia y la fe. Y así será esta Institución, al mismo tiempo una obra eminentemente patriótica y social. Y de la Uni– versidad, de la que salen los profesores, los aboga– dos, los médicos, los magistrados, los funcionarios públicos, en fin, cuantos pueden llamarse, según la bella expresión de Monseñor Dupanloup, «los hijos primogénitos de las naciones», saldrán también los hombres que, al encontrarse con una sotana o con un hábito, sabrán apreciar la ciencia del que en tan humildes apariencias se muestra. Si la fe religiosa es la fuerza vital de un pueblo, si es la fuente del orden, la tutela moral de la autoridad y de la liber– tad, la garantía de la paz, la causa primera de la prosperidad y de la grandeza de un pueblo, yo creo que no hay medio más conveniente y oportuno para reafirmar y avalorar ésta en el ánimo de aquellos

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