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-26- éiendo ver como, lejos de debilitarse y obscurecer– se ante los descubrimientos de las ciencias, resplan– dece más y más con luz pura e inmortal, porque es divina, mostrando que nuestra religión se sostiene siempre sobre sus alturas luminosas, aun cuando es estudiada con la fría severidad de la razón y no con el ardiente latido del sentimiento; que la Iglesia no rehuye de la crítica y de la discusión, porque, no solo no pierde con ella, sino que gana siempre; que nosotros no decimos con Mahoma: «Cree o muere», sino más-bien: «Examina y cree»; que las dos ban– deras de la ciencia y de la fe, no son extrañas, mu– cho menos enemigas entre sí, y que, en vez de com– batirse y de rechazarse mutuamente, deben frater– nalmente confundir sus pliegues luminosos; que el templo no tiene miedo al laboratorio químico y que se puede, aún más, se debe ser sabio y creyente. El local en que habrán de darse estas lecciones, no ha de tener nada de eclesiástico; ni iglesia, ni oratorio, ni seminario, ni convento. Nadie se escandalice de esto. Hay que tener en cuenta las prevenciones de esta pobre juventud, enferma de escepticismo, y ce– der con ella en lo que se pueda. Lo importante es que la medicina sea genuina y eficaz; lo de menos es la etiqueta. El respeto humano y las prevencio– nes impiden a muchos estudiantes entrar en la igle-
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