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-22- recibido una educación religiosa, se han mantenido creyentes aun en medio de los prejuicios y de las salvajes pasiones antirreligiosas de sus condiscípu– los de instituto y han entrado en la Universidad con la fe intacta en el alma. Mas ¿a cuántos peligros no se hallan expuestos? ¿Saldrán de allí ilesos como los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia? De aquí y de allí, hoy o mañana, de ésta o de aquella cátedra, volará una flecha que herirá sus santas creencias. Son brillantes sofismas, picantes sarcasmos, lanza– dos con intención perversa, que conturbarán, abati– rán y desconcertarán su indefenso espíritu. Quizá el error no se presente ni aun bajo el as– pecto de objeción, sino de un hecho admitido por la ciencia, de una conclusión o de una hipótesis, sos– tenida como tesis, de donde se quiere sacar una consecuencia mayor de lo que permiten las leyes de la lógica. Y estos errores, con ropaje de axiomas científicos, son enseñados por hombres competentí– simos en su ramo, ilustres por sus obras y descubri– mientos, encanecidos por el sol de las fatigas inte– lectules. ¡Pobres jóvenes! ¿Cómo podrán resistir las sacudidas que de cuando en cuando recibirán de mo– do más o menos velados contra su fe? Y si, deslum– brados por aquellos fuegos fatuos, dejasen deslizar en sumente la serpiente de la duda ¿qué respuesta sa– brían contraponer a este fatal punto interrogativo que aparecerá ante su razón? ¿Recurrirán a un sacerdote para que los ilustre? Pero ¿tendrán tiempo, ocasión, y voluntad? Y ¿si el sacerdote, a quien recurren, es

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