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- 21- Los jóvenes que penetran en las aulas Universi– tarias, víctimas ya de una falsa educación y de un ambiente de incredulidad, se -venín bien pronto to– talmente pervertidos, merced a las perniciosas ense– ñanzas de profesores ateos, y, sobre el cadáver de sus creencias religiosas, caerá la losa sepulcral de la incredulidad. Y saldrán fuera, con el corazón ar– diente de odio contra la Iglesia, y engrosarán las filas del ejército militante de la impiedad, y, no co– nociendo de la doctrina católica más que las obje– ci(mes de los adyersarios, no las triunfantes respues– tas de los apologistas católicos, la combatirán con todas las armas disponibles. Y si su número se aumenta, razón habrá para temer, no por la Iglesia, que es inmortal, sino por la patria y por la sociedad. No olvidemos que gran número de los enemigos de nuestra fe, en España, fueron educados y forma– dos en las aulas de los centros oficiales del Estado. Y lo que decirnos de la universidad oficial, pu– diéramos aplicar a algunos centros semi-oficiales, en particular. ¿Quién ignora la parte activa que ha tomado en la descristianización de nuestra juventud estudiosa la Institución Libre de Enseñanza? A los ataques más o menos velados contra la Religión, nuestros jóvenes estudiantes no supierono poner el contraataque de su fe robusta, titubearon primero, vacilaron después, y sucumbieron, finalmente, ante el peso de la autoridad del maestro y el empuje bru– tal de las pasiones. l\luchos de nuestros jóvenes universitarios han
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