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-13- sienten repugnancia y desprecio inexplicable hacia un magisterio, que cuenta casi veinte siglos de exis– tencia. Entusiastas de la ciencia moderna, que todo lo discute y analiza, sonríen de piedad, en presencia de la fe, que exige la plena y absoluta adhesión de la mente a las verdades reveladas e incomprensibles. La Iglesia enseña; pero sus enemigos no osan, ni aun escucharla. ¡Triste estado el presente! ¿Y el porvenir? ¿Qué serú del futuro, cuando a la presente generación suceda la nueva? ¿Qué será de esta juYentud, que crece con el odio a Dios en el corazón, la blasfemia en los labios, la averé-iión al culto católico, al sacerdote, a la Religión de sus ma– yores; que, infatuada con los progresos de la ciencia, no quiere saber nada de la vieja fe? ¿Y no haremos nada para conjurar este funesto porvenir, que ame– naza a la patria y a la Religión? Porque la juventud está alejada de nosotros, ¿no iremos nosotros en busca de ella? Porque no entra ya en el templo, que es el ambiente de la luz divina, ¿la olvidaremos, abandonándola D sí misma y a sus dudas? ¿:fo trata– remos de proyectar sobre ella los divinos resplando– res del astro de la Verdad? ¿No se impone hoy día la necesidad de presen– tar la enseñanza religiosa a la juventud universita– ria de un modo más acomodado a las necesidades de la hora presente, en modo tal, que se la atraiga y se: la conquiste en un ambiente, que no sea la Iglesia, pero que continúe sin embargo la obra de la Iglesia?
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