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cristianas es aquella misma, que reprochaha Tertu– liano a los paganos perseguidores de su tiempo_ Lo único que la Verdad Católica ha reclamado, lo que hoy ardientemente reclama, es que se la escuche y se la conozca, antes de ser combatida. UNUllI GESTIT INTERDUM, NE IGNORATA DA:SINETUR. (Apolog. Cap. ]). Nuestro siglo vuela de triunfo en triunfo, de victoria en victoria. ¿Quién osará disputarle el hon– roso título de Siglo del progreso y de las luces? El conocimiento humano ha dilatado sus horizontes, la actividad intelectual del hombre ha creado nuevas ciencias; la cultura moderna no tiene límites; y sin embargo, la gran cuestión religiosa que, de grado o por fuerza, se impone y forma el glorioso tormento de nuestro espíritu, no es estudiada, ni aún juzgada digna de discusión y de examen. No es raro encon– trarse en la vida social con personas cultas, honra– das e inteligentes en este o en aquel ramo del saber humano, pero que están ayunas de los conocimien– tos más elementales de Religión ..... ¿Y de quién es la culpa? No, ciertamente, de la Iglesia. Desde aquel ins– tante en que Jesucristo dijo a los apóstoles: Id y ensei'iad a las gentes, la Iglesia se ha presentado al mundo como Maestra de la Verdad. Habló ayer, habla hoy, hablará mañana; ni el cansancio, ni el silencio, ni la traición, ni la vileza impedirán que sus labios profieran la libre palabra de la verdad. Pero su palabra no llega a herir a estos espíritus, faltos de fe. Idólatras del presente y enemigos del pasado,

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