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- II - mación del mno, solo atiende a prepararle un bri– llante porvenir en la sociedad; el respeto humano, que paraliza la energía del espíritu, enerva la con– ciencia, anula el carácter y adormece el alma con el sueño de la incredulidad doctrinal; la ciencia moder– na que, en vez de ser el esfuerzo viril del pensamiento hacia Dios, profesa exclusivamente el culto del mé– todo experimental, desprecia los mismos principios metafísicos y, limitándose al campo de los hechos y de los fenómenos, no siente la necesidad de elevarse de las leyes inmediatas a una Ley Suprema, y de las causas segundas a una Causa Primera; el progreso material que, lejos de servir de pedestal a la estatua divina del hombre, para lanzarlo a la meta última, al cielo, lo atrae más y más hacia la tierra, metalizán– dolo.....; he aquí las causas principales de la presente incredulidad. Pero es inútil disimularlo. La causa primera de tanto mal, no está solamente en el corazón, sino en la inteligencia. La lfoligión no es solamente la Moral, es principalmente el Dogma. La Iglesia Católica se reveló al mundo presentando el Símbolo a las inteli– gencias, al mismo tiempo que presentaba el Decálogo explicado, perfeccionado y cumplido en la Ley Evan– gélica. Y si hoy día muchas almas vagan errantes, como planetas extinguidos en la órbita de lo sobre– natural, es precisamente porque ignoran el Símbolo, o lo conocen falsificado y deformado por la calumnia y por el sofisma. La causa del odio y del desprecio de las creencias

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