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-10- No seré yo tan pesimista que, en medio de este universal diluvio de incredulidad, no encuentre honrosos supervivientes, ni tan desesperado que, parodiando el dicho atribuído al caudillo polaco, ex– clame: Fínis Religionis. Reconozco de buen grado el consolador resurgir de no pocas dormidas concien– cias y el regreso de no pocos extraviados espíritus...; rero aun esto reconocido, preciso es confesar, que la fe languidece en muchas almas y que de las filas católicas desertan no pocos combatientes, infatuados por el oropel de una falsa ciencia. En nombre de la crítica y del libre examen, se minan los cimentos de la verdadera Religión, se la combate, sin conocerla, ni estudiarla, y se siembra la duda, primero, la prevención, después, y el es– cepticismo, finalmente. ¡Pobre juventud!, educada en este ambiente de incredulidad. Las causas de e6ta decadencia religiosa. son, las pasiones, triste fuente de incredulidad, en todos los tiempos, que hoy, más que nunca, se exhiben a plena luz; la prensa, que se ríe de Dios y de la Iglesia y ataca las más augustas creencias· de la humanidad con artículos, ora rabiosamente ateos y agresivos, ora hipócritamente deferentes, para mejor filtrar el mortal veneno de la incredu– lidad; la educacidn descuidada de la familia que, prescindiendo del elemento religioso en la for-

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