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Cuando deseoso ele aventuras estaba ya en ruta para unir su suerte con la ele las huestes de Gualtero III de Briena, la visiún de Espoleto le obliga a desistir del via– je comenzado y regresar a Asís. Sin embargo, aun no veía claro su futuro destino. Despojado ele todo y libre de cuidados terrenos, retíra– se a la soledad a pedir al cielo nuevas luces. El silencio ele la soledad y los consuelos de la contemplaci(m le atraían sobremanera. Pero en el fondo ele sa sér una, oz misteriosa le repetía sin cesar el deber de cumplir g-ran– des cosas por amor de su Rey y Señor. G-radualnwnte se iba perfilando su vocaciún, peru no acababa de comprenderla. Tenía siempre presentes arneses e instrumentos bélicos que en la casa palerna había visto en :-;uefíus, pero por ningún lado topaba con las batallas y peligros, y envidiaba a los cruzados que all.:í en Uriente combatían denodadamente por Cris– to y por su Iglesia. En estas angustias e inquietudes 3C hallaba enntelto su ünimo, cuando a principios de 1208 oyó leer al sacer– dote ele Santa T\1aría de los c\ngeles las palabras del Evangelio con que Jesús cmió por el mundo a sus s\pús– toles ..Algo trascendental vislumbró al escucharlo. Mas acostumbrado como estaba a no tomar cleterminaciún alguna sin previa y madura reflexiún, quiere informarse más a fondo sobre el particular. Y pide humildemente al sacerdote que le explique el pasaje e\·,mg·élico. ¡So– lemne momento fué aquel en la hiotoria de la Iglesia! Pues el porvenir de Francisco y con él el de una grande lnstitución religi usa va, como quien dice, a depender de la respuesta de un sacerdote de aldea. El aludido texto evangélico decía: del y predicad el 9

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