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misional la dura y prolongada guerra que aflige al mun– do. Muchos de aquellos recintos benditos, donde se for– maban los misioneros, están deshechos; .los hog:u-es cristianos, donde crecía el niño envuelto en un ambien– te de honda piedad, y que tenía como brote la voc ;ción religiosa y mi-iionera, se hallan muchos de ellos some– tidos a durísimas pruebas. Las necesidades espirituales del mundo son muchas, graves y apremiantes. Los ministros de Dios son pocos. Continu:1mente deben resonar en nuestras almas las pa– labras de nuestro divino l\Iacstro y Salvador: «La mies es mucha y los operarios son pocos.~ I J1. gueITa tcrminanL En el orden político y civil se e.:;tán ya ideando planes de reorganización del mundo p:1r:1 después de la guerra. Nosotros debemos pensar en la reorganización espiritual. La Provincia habría reali- 1,,rd.0 una gran obra, si pudiera ofrecer nutridos grupos ele bien formados misioneros, que, llenos del espíritu de• Dios, difundieran por todas partes el ideal franciscano y c msaran en las almas una serüfica reno, aci()n e im– primieran en los pueblos el sello de la vida franciscana. Esto exige que todos y cada uno de nosotros nos demos cuenta de lo gntvcmente trágicos que son los momen– tos a ~tuales, y de que nos esforcemos, cuanto podamos, por vivil: la vida franciscana en su genuino sentido, a tono con lo que Dios nuestro Señor, la Iglesia y las al– mas reclaman de nosotros en estas concretas circuns– tancias. A todos, Re, erendos Padres y carísimos Hermanos, nos exigen, Dios, la Orden y las almas, algo que debe– rnos generosamente entregar. A unos pedirán una pala– bra de aliento, un buen consejo; a otros, una colaboración

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