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terreno para una ulterior organización de nuestra vida en aquella República ele tanta tradiciún franciscano– capuchina. Por otra parte, todos debemos convencernos ele que al hctcerse cargo de las misiones, la Provincia se ha obli– i.raclo a sostenerlas con el personal necesario, y que por lti mismo no :-;e trata de un acto de celo o de mera ge– nerosidad, sino más bien ele un deber y de una obliga– c iún libremente aceptada (40). Y l:i experiencia coti– diana enseña que con cuanta mayor generosidad una i>ro-vincia manda sus religiosos a las misiones, tanto müs numerosas y más escogidas son las vocaciones a la misma. ~i clebe extrañarnos este fenúmeno, por– que es muy natural que el Señor no permita que ca– rezca de sujetos aptos para clesernpeñar todas sus fun– cicmes aquella Provincia que generosamente se print de algunos de sus elementos para contribuir a la sab:a– ciún ele las almas (41). Se necesita aclemüs abundante la ayuda del cielu a lin de orillar las dificultades ele todo género que par:1 realizar estDs proyectos se presentan. Por eso deman– damos las oraciones, los sacrificios y mortificaciones de todos nuestros religiosos, para que el Señor sostenga y aliente a nuestros abnegados misioneros y los multi– plique. Pero no deben contentarse nuestros misioneros con implantar de una manera orgánica y perfecta en el cam– pu ele su apostolado nuestra Orden. La fundación de co1ffentos de vida contemplatint debe ser también la aspiración de todos. ¿Y quién eluda que las vírgenes del Señor, dedicadas a la vida contemplativa, precisamente allí, en el campo ele batalla, ohtendntn del cielu muy co-

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