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1 tr y aun con sus mismos trabajos manuales, pueden y deben colaborar eficazmente al apostolado de los sacer– dotes. Prepárense, por tanto, nuestros Hernnnos Lego'i jóvenes, para ser no sólo el adorno de nuestros conven– tos, sino t:1mbién cooperadores eficaces de nuestros mi– sione,os (25). Nótese, sin embargo, que ni el período de los estu– dio.:;, ni los años de profesión simple bastan para conse– gair mu perfecta y acabada pre¡nración misionera, de suene que ésta pueda descuidarse una ,·ez terminados aquéllos. El amor e interés por las misiones debe durar toda la vid.1. El caudal de virtudes y conocimientos úti– les o necesarios no se alcanzan en un períod,J üeterm i- 111,do de tiempo. Cuanto más intensa sea la formaci6n espiritual y más esmerada la preparación intelectual o científica, más abund·rntes y sabrosos serán los frutos que con el tiempo se recogerán. Desde el momento de emitir la profesión relig:os'1 en la Orden Capuchina, en cualquier puesto que la obe– diencia coloque al religioso, debe fomentar el espíritu misionero y estar siempre dispuesto a responder a h llamada del Superior que lo envía al campo misional. Ni cabe du:hr si siente o no la inspiración de que habla la Regl:1. Por el mero hecho de ser la vida apostólica el fin principal de l:l vida franciscana y que en ésta se con– tiene de un modo eminente la vocación a hs misiones, es por deméis evidente que el mandato de los superiores es verdadera vocación. Puesto que al renunciar por la prJfcsión a su propia voluntad se comprometió a imitar Lt vida aposMlica de San Francisco, y por lo mismo se hizo idóneo par 1 cualquier cosa que los Superiores le m 1n 1:u-cn. D'.1d J el nni'.:ter p:1cífico de casi toda,s rnes-

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