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Y es natural que nuestros ,JJ~tiguos Padres, ini– ciadores de la Rcforn,m Capucl1ii1a, .al proponerse, se– guir sin mitigación alguna las huellas del Ser;Hico [>adre y las prescripciones de su Regla, tuvieran co1wJ una de sus principales preocupaciones la obra de las misiones. En efecto, las Constituciones redactadas y promul– gadas en el Capítulo general de 1536 ordenan lo siguien– te: "Porque nuestro Seráfico Padre San Francisco, tuvo siempre en su corazón la conversión ele los infieles, se ordena que, si a gloria de Dios y salvación de ellos, algunos frailes inflamados en el amor de Cristo bendito y en el celo de la fe católica, quisieren por divina inspi– ración ir a predicar entre infieles, se presenten primerü a los J\Iinistros Provinciales o al Vicario General, y si éstos les juzgaren idóneos, vayan con su licencia y ben– dición a tan ardua empresa... Y no dejen los Prelados de enviarlos a causa del reducido número de frailes, ni se quejen de la partida de los buenos) antes poniendo toda su solicitud y cuidado en 4uien continuamente lo tiene de nosotros, procedan en todas las cosas como dicta el espíritu de Dios, y disp<mganlo todo con la cari– dad que ninguna cosa hace mal» (15). El artículo que acabamos de citar ha sido consen·;i– do con muy ligeras variantes en las sucesi\·as redacciu– nes de las Constituciones de la Orden. Con razún los legisladores invocan el ejemplo del Seráfico Padre. La fiel e integral observancia de la Re– :_{Ia profesada no obligaba a menos a los primeros Ca– puchinos. Y bien pronto los animosos y fieles seguido– res de San Francisco pusieron en práctica lo ordenado en la legislaci<'m. La historü nos confirma elocuente-
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