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reino de Dios ... No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni dos tú– nicas, ni calzado, ni bastón» (2). La interpretación dada por el sacerdote fué t::m a la medida de los deseos de Francisco, que, apenas la hubo escuchado, excl1,m<'1 lleno de júbilo: «He aquí lo que yo deseo: he aquí lo que yo busco; he aquí lo que mi corazón anhela» (3;. De esta exclamaci(m espontánea que su primer bió– grafo nos ha conservado puédese colegir que la vida a;)ostólica, reflejada en aqiccl texto, era precisamente lo LJUe San Francisco buscaba, lo que su corazón presentía hacía algunos años, y lo que colmaba ahora todas sus aspiraciones. Constituirfa su hrma de vicl:1, su molde, su vocación. El mismo C<:lano nos ase;.{ura que a partir de aquel instante el jon:n Francisco parecía muy otro de lo que lnst~l entonces habfa sido (-1). Se despoja del calzado, arroja el bastó•1 y a1nndona la vida solitaria. Las calles ele las ciuclad:é's y pueblos de V mbría y los senderos ele sus verdes c·1mpiñ:ts comenzaron a recibir el eco ele sus exhorta ~ione.; :t la penitencia. Su único anhelo fué des– de entonce3 destruir el reino de satanás, extender el rei– no ele Jesús, c-mquistarle almas. Estas eran las hazañas y la.; g·estas gloriosas que durante tres años t·m agobia– dorztmente presentía su corazón y no acababa de con– cretar su mente. La mbión de San Francisco no debíc1 1 sin embargo, limitar,,e a imitar a los Apóstoles. El mismo Cristo de– bía ser su modelo. De hecho, transcurrido muy poco tiempo después ele la referida escena, se le presentaron algunos ciucl:1danos de Asís, rogándole los admitiera en en su comp'1ñía. Sin s·1ber a punto fijo qué rumbo o ele- 111

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