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Lenguaje y Corpus Dionysiacum 53 el bien por una buena obra, al calificar a ésta de «buena». La falacia natu– ralista es la exageración semántica del uso designativo de las palabras. La teoría del contraste de significado y la multiplicidad de usos de las palabras forman el tercero y cuarto pilar de la concepción analítica del lenguaje. Según la teoría del contraste de significado, toda palabra debe admitir, al menos, la posibilidad de no ocultar algo. Correspondería a este modo de argumentar: un término y su negación apuran un universo de sentido. Y este universo puede ser modificado, si se modifica el signi– ficado de un término respecto al de su negación. La multiplicidad de usos de una palabra conduce al filósofo analítico a la desconfianza y «horror» de las aseveraciones generales. Y, en su virtud, niegan el monopolio a toda doctrina filosófica que pretenda determinar de manera universal qué es una cosa o cómo ha de concebirse la realidad. De tal modo, la analítica reconquista para la significación áreas filosóficas: ética, metafísica, reli– giosa, etc., rechazadas por el neopositivismo lógico. A condición, claro está, de establecer las reglas de cada uno de estos contextos, según las cuales las proposiciones y términos tienen significado. Al gran descubrimiento del lenguaje, como una suerte de juego, se añade otro también harto fundamental: el uso es el significado de cada palabra. Y es, precisamente, este último descubrimiento alfa y omega de todas las alabanzas y críticas que han recaído sobre el pensamiento ana– lítico. Con insistencia, Wittgenstein repetía a sus discípulos en Cambridge: «no busquéis el significado de las palabras, buscad su uso» 84 . En efecto, el uso descubre cómo pueden desaparecer todas las seducciones y em– brujos que el lenguaje ejerce sobre la mente humana. Una de estas seduc– ciones y embrujos es la que produce espasmos intelectuales -en expre– sión de Wittgenstein-, cuando para palabras como «número», «virtud», «esencia» no encontramos en nuestro mundo circundante ningún objeto que designen. Y es que el lenguaje nos hechizaba con el juego de la deno– minación. Sin embargo, «si tuviéramos que designar algo que sea la vida del signo, tendríamos que decir que era su uso» 85 . Pero, ¿qué clase de uso? He aquí que la analítica, allí donde parecería que iba a ofrecer un criterio clarificador, se presenta llena de ambigüedad. Y esto, porque existen tres clases de usos lingüísticos: uso cotidiano, uso válido y uso sujeto a reglas y normas. De hecho, cada uno de ellos es utilizado por la analítica según el campo de intereses que investiguen. A principios de siglo, la teología ejerció en la universidad inglesa influ– jos notables. Impregnada de neohegelianismo discutió sobre lo Absoluto, el Devenir o la Conciencia. En la versión religiosa actual de la filosofía 84 D. Antiseri, Filosofía analítica... , 47. 85 L. Wittgenstein, Phílosophísche Bemerkungen (Oxford 1964) 43; también del mis– mo autor, Cuadernos azul y marrón... , 31; igualmente, Phílosophísche Untersuchun– gen... , 432. Una exposición nítida y breve de los diversos sentidos del «uso», en D. Anti– seri, Dal neopositivismo alla filosofia analítica <Roma 1966) 243-48.

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