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52 Vicente Muñiz Rodríguez ¿Qué es un juego? ¿Qué sentido tienen en él las reglas? Ante todo, existen juegos ya inventados que se reciben por tradición y otros nuevos que surgen con el tiempo. Ambas clases de juegos tienen un denominador común: no pueden ser refutadas. Uno puede no estar de acuerdo con el fútbol o el ajedrez, no gustarle estos juegos. Pero sería absurdo que, por ello, pretendiera probar su «verdad» o su «falsedad». O que pretendiera, por ejemplo, en el ajedrez mover los alfiles como la reina y ésta como los caballos. Acabaríamos diciéndole que inventase «otro juego» y nos dejase en paz. Esto nos lleva a concluir que lo que propiamente constituye un juego son sus reglas o normas. Y que éstas pueden o no aceptarse, pero nunca cambiarse so pena de acabar con «este juego» en aras de otro. Pero las normas nunca son tan rígidas que no den alternativas, posibilidad de múltiples movimientos con las piezas. Cuando no hay tales alternativas, decimos que «hemos caído en una trampa». Cuanto mayor sea la com– plejidad de un juego, mayor será la necesidad que tenga de diversificar radicalmente sus piezas. Ahora bien, el lenguaje está constituido por infinito número de jue– gos. Y en cada uno, las palabras tienen un sentido y un significado: el que les da el contexto. Si se aplican estas consideraciones a la filosofía tradicional europea, el grave error cometido por ella consistió precisa– mente en confundir contextos. En jugar unos juegos de lenguaje con las reglas de otros. Por ello, no es de extrañar el que la analítica defienda que la función de la filosofía es de índole terapéutica. Curar al hombre de las confusiones en que los pensadores del pasado la habían metido o hacer con él profilaxis preventiva. De esta concepción del lenguaje se derivan lo que Gellner califica de pilares básicos de la analítica 83 • He aquí una sucinta exposición de los mismos. En primer lugar, se encuentra el argumento del caso paradigmático. El lenguaje se toma, aquí, como paradigma o modelo en doble dirección: da respuesta a problemas filosóficos o puede concluir sobre la falsedad de una teoría. Así, partiendo del uso real de las palabras, por ejemplo «mesa», llega a la afirmación de que «las mesas existen» y que por tanto, la doctrina realista es verdadera y la idealista falsa. En efecto, ¿qué sentido tiene hablar de la no-existencia de las mesas, cuando el uso del lenguaje prueba lo contrario? El segundo pilar de la analítica es una modalidad del caso paradig– mático y se conoce con el nombre de «falacia naturalista». Gellner lo deno– mina también «versión generalizada del error naturalista». Se verifica por el hábito que tiene el hombre de inferir soluciones de tipo normativo, to– mando como punto de partida el uso del lenguaje. Así, por ejemplo, en el campo de la ética esto sucede, cuando se pretende definir qué cosa sea 83 lb., 29-50. Para una exposición sistemática del pensamiento analítico inglés cf. D. Pole, The Later Philosophy of Wittgenestein (London 1958). También, en su diver– sidad temática: E. Riverso, La filosofia analitica in Inghilterra <Roma 1969).
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