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48 Vicente Muñiz Rodríguez Según los neopositivistas lógicos, los filósofos modernos no admiten en las religiones no animísticas la demostración racional de la existencia de un Ser Transcendente al mundo. Para que tal demostración fuera con– vincente, debería de partir de premisas ciertas. De otra forma, el proceso dialéctico quedaría dañado por la incertidumbre desde sus inicios. Pero sucede que todas las proposiciones científicas -es decir, las empíricas-, no pasan jamás del grado de probabilidad. ¿Cómo se va a concluir de premisas probables proposiciones ciertas? El Dios de la fe cristiana sufre también la fuerza de esta dialéctica neopositiya. De hecho, la afirmación de la existencia del Dios cristiano no llega ni a la categoría de probable. Para que su existencia fuese tal, la proposición que la afirmase debería ser una hipótesis empírica. En ese caso, su unión con otras hipótesis debería inferir proposiciones experimen– tales no deducibles solamente de éstas últimas. Pero tal caso no sucede nunca. Pongamos que de la existencia de cierta regularidad en los fenó– menos naturales quisiéramos inferir la afirmación «Dios existe». Si el enunciado «Dios existe» no implica más que la sucesión regular de fenó– menos naturales, a lo que lógicamente debe llevar es a afirmar la exis– tencia de tal regularidad. Entonces, .«Dios existe» tendrá como contenido significativo esta otra proposición equivalente: «en la naturaleza se da regularidad en la sucesión de fenómenos». Pero ningún creyente admi– tirá que al hablar él de Dios y de sus atributos pretenda significar tal contenido. Para él, ciertamente, el término «Dios» es metafísico y no podría ser definido en signos solamente empíricos. Y, si Dios tiene carác– ter metafísico, padecerá también de la enfermedad del lenguaje filosó– fico: carecer de significado científico. No será ni verdadero ni falso. Sim– plemente pertenecerá al ámbito emotivo. En las religiones animísticas, en las que la divinidad se identifica con objetos naturales, puede concederse que las proposiciones posean signifi– cado. Si alguien, al oír tronar, nos dice que «Dios está airado», nos será lícito inferir que tal proposición equivale a ésta otra, «Dios está tronan– do». Pero entonces, se nos dirá que, aunque el Dios de tal religión controle lo empírico -el trueno con su ira-, su ser personal está más allá de lo empírico y no se somete a las leyes de la empeiria. Y, entonces, lo que acaece es que hemos sufrido «la ilusión del empleo de los nombres comu– nes». Y al nombre Dios, le hemos hecho designar un sujeto, a la manera de los nombres comunes. Sólo cuando hemos intentado investigar los atri– butos de Dios, se ha puesto al descubierto que «Dios no hace referencia a un objeto de nuestro mundo. No es un nombre auténtico» 74. Son de resaltar dos aspectos de estas consecuencias respecto del len– guaje religioso. Uno se refiere al lenguaje ateo. Tal lenguaje, lo mismo que el del teísmo, no es ni verdadero ni falso, al colocarse en dimensiones 74 A. J. Ayer, Language, Truth & Logic, 16 impr. of 2 ed. CLondon 1964) 11-120. En estas páginas, siguiendo el método analítico de la filosofía inglesa, Ayer expone las ideas neopositivistas más fundamentales sobre el problema de la Teología· natural.
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