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34 Vicente Muñiz Rodríguez La estructura ontológica de estas cosmologías tiene siempre de común lo irreductible de dos categorías: la del Uno y la de lo Múltiple. El Uno ocupa una esfera intangible e inmutable, más allá de todo ser. Se encuen– tra instalado en una suerte de supracategoria. Con todo, lo Múltiple, para existir, ha de participar de algún modo del Uno. La existencia de lo Múl– tiple procede ordinariamente por emanación libre y a la vez necesaria 41 . Así, Jámblico que acentúa más que Plotino la transcendencia absoluta del Uno multiplica hasta la saciedad una larga serie de seres intermedios que se agrupan en triadas que emanan y evolucionan por fuerza de la necesidad (,ú¡vxp¡ i.év- r¡) En Proclo, la multiplicidad procede del Uno de ma– nera indirecta a través de una primera triada de unidades (Éváosc;) cada una de las cuales es, a su vez, principio de multiplicidad de seres en su orden respectivo. La distinción primordial de dos jerarquías -inteligible y sensible- por debajo del Uno y la distribución en ellas de los seres en forma triádica es casi consustancial a los sistemas neoplatónicos. A esta estructuración cosmológica del universo, se añaden las leyes inflexibles de la dialéctica a que obedecen. Los momentos decisivos de esta dialéc– tica son: permanencia del Uno en sí mismo (¡wvf¡). dinámica descendente del Uno a lo Múltiple (r:pr.íoooc;) y retorno de lo Múltiple al Uno (ir:tcn:potp~) Los principios rectores de esta dialéctica cobran capital importancia, por– que se convierten como en ideas motrices de grandes corrientes de pen– samiento medieval. Entre estos principios rectores merecen destacar los siguientes: 1) Todo ser perfecto es fecundo: y su fecundidad se traduce en otro ser que se le asemeja. Por lo tanto, «el ser que es siempre perfecto engen– dra siempre, engendra un objeto eterno, y engendra un ser inferior a sí 42. 2) El Uno causa sin que se altere su unidad simplícisima y sin perder nada de su propio ser: dos metáforas cobrarán éxito en la posteridad, para explicar la extrañación del Uno y, a la vez, su inmanencia e inmutabilidad. Trátase de las metáforas de la luz y del espejo. La primera arraigará con fuerza en el campo de la gnoseología y de la estética principalmente. La segunda servirá como expresión del pensamiento medieval ejemplarista, sobre todo, en su versión bonaventunana 4 3. 3l La emanación de lo Múltiple es, a la vez, libre y necesaria: el carác– ter de libre está en relación con la máxima perfección del Uno que ni necesita producir algo ni nada puede obligarle a ello. La necesidad, por 41 G. Fraile, Historia de la Filosofía, I Grecia y Roma, 2 ed. {Madrid 1965) 718-70. De aquí hemos tomado también los principios fundamentales que rigen los sistemas neoplatónicos. 42 Plotin, Ennéades, texte établi et traduit par E. Brehier, G. Budé. Les Belles Lettres (París 1924-38), Enn. V, 1, 6. 43 lb. En el campo gnoseológico, la doctrina de la «iluminación• de san Buenaven– tura puede servir de ejemplo. La luz es una de las categorías clásicas de la estética y en su torno se crea toda una teoría. Cf. E. de Bruyne, Estudios de Estética Medieval, Biblio– teca hispánica de Filosofía, vol. 3 {Madrid 1959) 1-37. También J. O'Collagan, Las tres categorías estéticas de la cultura clásica (Madrid 1960). Para la versión bonaventuria.na . de la metáfora especular, J.-M. Bissen, L'exemplarisme divin selon Saint Bonaventure (París 1929l. También, T. Szabo, De SS. Trinitate in creaturis refulgente {Roma 1955).
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